13 (2010)

“13”, la nueva película de David Fincher, no es una película fácil de digerir, ni tampoco pretende serlo. Es una obra visceral y perturbadora que sumerge al espectador en un submundo de apuestas clandestinas donde la vida humana se convierte en un objeto de juego, una mercancía desechable para unos pocos privilegiados. Fincher, conocido por su meticulosidad y su estética oscura, ha creado una experiencia cinematográfica que desafía la comodidad y exige una atención plena, pero que a la vez recompensa con una narrativa inquietante y un retrato implacable de la degradación moral.

La película, situada en la Nueva York de los años 30, se centra en un joven y aparentemente inofensivo, Robert Miller, quien, después de ser brutalmente asesinado, decide asumir la identidad del muerto, Arthur Winfield. Esta decisión, aparentemente motivada por la venganza, lo arrastra a un mundo de apuestas con consecuencias devastadoras. Fincher abandona deliberadamente el glamour de los thrillers criminales clásicos, optando por una atmósfera claustrofóbica y opaca, donde la luz tenue y los ángulos de cámara oblicuos crean una sensación constante de amenaza. La dirección es, sencillamente, impecable. Fincher manipula la imagen para transmitir el desasosiego y la desesperación que experimenta Robert, con un uso magistral del color, el movimiento y el silencio. Se percibe una obsesión por la observación, por desentrañar las pequeñas peculiaridades que revelan la complejidad y la hipocresía de los personajes.

La película se beneficia enormemente de las actuaciones de Josh Brolin, quien ofrece una interpretación particularmente convincente como Robert, transmitiendo tanto la inocencia inicial como el creciente horror y la desesperación a medida que se sumerge en este mundo. Rooney Mara, como la exnovia de Robert, aporta una fragilidad y una vulnerabilidad que contrastan con la frialdad de los apostadores. Pero la verdadera fuerza de la película reside en su guion, adaptado de la novela de William Gibson. El guion es inteligente, implacable y, en ocasiones, bastante cruel. No se regodea en la violencia, sino que la utiliza como una herramienta para exponer la vacuidad moral y la desesperación inherente a un sistema que reduce a los individuos a meras piezas en un juego. Las conversaciones, a menudo largas y cargadas de sutileza, revelan una profunda desconfianza y una falta de empatía entre los personajes.

Sin embargo, "13" no está exenta de defectos. A veces, la lentitud deliberada puede sentirse, y algunos de los diálogos, aunque inteligentes, podrían haberse pulido ligeramente. Además, el final, si bien impactante, podría ser interpretado como algo anticlimático para algunos espectadores. No obstante, estos pequeños detalles palidecen ante la magnitud de la experiencia general. “13” es una película que se queda contigo, que te obliga a reflexionar sobre la naturaleza de la identidad, la moralidad y el precio de la venganza. Es una película que merece la pena ver, pero prepárate para ser desafiado.

Nota: 8/10