211 (2018)

“211” no es una película que te dejará sin aliento por su innovador concepto, pero sí, sin duda, te dejará con una sensación persistente de incomodidad y la necesidad de procesar la violencia que despliega. Dirigida por Robert Zemeckis, la película se aleja radicalmente de sus trabajos anteriores, apostando por una estética documental y una narrativa que se basa en la observación, la inmersión y la ausencia de diálogos convencionales. Esta decisión, en principio, podría ser vista como un error, pero resulta ser la clave para una experiencia cinematográfica verdaderamente perturbadora y, a su manera, magistral.

La película sigue a Mike Chandler, un oficial de policía, y a un joven civil en el momento en que se produce un atraco bancario extremadamente prolongado y sangriento. Zemeckis, en lugar de narrar la acción de forma lineal y convencional, opta por registrar la situación tal como se desarrolla, utilizando cámaras ocultas y técnicas de sonido envolventes. Este enfoque, que recuerda a “La Ventana Indiscreta” o incluso a algunas documentales de los años 70, crea una sensación de autenticidad y presencia. No estamos viendo una recreación, sino un evento real, al menos en la percepción que la película intenta transmitir. La inmediatez de las imágenes, combinada con el sonido crudo y la ausencia de explicación, es lo que la hace tan impactante.

Las actuaciones, si bien son mínimas en cuanto a diálogos, son excepcionales. Michael Keaton, en el papel de Chandler, ofrece una interpretación sutil pero poderosa, capturando con precisión la frustración, el miedo y la desesperación del personaje. Jon Heder, como el civil involucrado, aporta una vulnerabilidad conmovedora. La película se centra en los personajes no por lo que dicen, sino por lo que sienten y por la forma en que reaccionan ante el horror que los rodea. Se observa la evolución de los personajes en las horas de tensión, reflejada en sus movimientos, expresiones faciales y reacciones fisiológicas, un trabajo de dirección actoral que es, sin duda, el punto fuerte de la producción.

El guion, escrito por Zemeckis y Randy Johnson, es deliberadamente austero. La trama se limita a describir la secuencia de eventos: la llegada de los criminales, el desarrollo del atraco, las negociaciones con la policía y las consecuencias posteriores. La falta de explicaciones profundas sobre los motivos de los atracadores o el trasfondo de los personajes puede resultar frustrante para algunos espectadores. Sin embargo, esta ambigüedad contribuye a la atmósfera opresiva de la película. Se nos obliga a confrontar la violencia sin la necesidad de que se justifique. El silencio, paradójicamente, es más amenazante que cualquier diálogo.

En definitiva, “211” no es una película para todos los gustos. Es una experiencia cinematográfica desafiante, visceral y profundamente inquietante. Si buscas acción desenfrenada o una historia fácil de digerir, esta no es tu película. Pero si estás dispuesto a aceptar un enfoque experimental y a confrontar la oscuridad de la condición humana, entonces “211” puede resultar ser una obra memorable. Es un ejercicio de dirección audaz, una exploración de la violencia y una reflexión sobre la naturaleza del miedo.

Nota: 7/10