55 Días En Pekín (1963)

“55 Días en Pekín” es mucho más que una simple película de acción bélica; es un relato visceral y profundamente humano sobre la supervivencia en medio del caos. Dirigida con una maestría sorprendente por Johnnie To, la película logra capturar la atmósfera claustrofóbica y aterradora de un asedio inminente, no solo a través de la acción, sino también mediante una meticulosa atención al detalle y una poderosa carga emocional. To, conocido por su estilo de dirección influenciado por el cine de Wong Kar-Wai, transforma la historia de la revuelta de los boxeras de 1900 en una experiencia cinematográfica impactante.

La película se centra en el embajador británico Harry Elliot (Jason Flemyng), un hombre pragmático y frío, cuya perspectiva de la situación evoluciona a medida que se ve obligado a confrontar no solo las amenazas físicas, sino también las divisiones internas entre las delegaciones extranjeras. La actuación de Flemyng es, en general, brillante, transmitiendo con convicción la creciente desesperación y determinación del personaje. Sin embargo, la fuerza de la película reside en la interpretación de los actores secundarios, especialmente Andy Lau, quien interpreta al diplomático chino Zhao, un hombre de principios que se niega a comprometer sus convicciones, incluso cuando la vida está en juego. La relación entre Elliot y Zhao es el corazón emocional de la película, un choque de culturas y valores que genera momentos de tensión y compasión genuina.

El guion, co-escrito por Johnnie To y Alan Lung, se aleja de la grandilocuencia y la espectacularidad habitual de este género. Opta por una narrativa más contada, lenta y deliberada, basada en la tensión, el silencio y la observación. Las escenas de combate son brutales y realistas, sin adornos ni glorificaciones. La película no busca mostrar la heroicidad, sino la lucha desesperada por la supervivencia. La fotografía de Christopher Doyle es impresionante, utilizando la luz y la sombra para intensificar la sensación de peligro y aislamiento. El uso de encuadres cerrados, la iluminación contrastada y los planos secuencia contribuyen a la inmersión del espectador en el asedio. Es una cinematografía que narra más con la imagen que con el diálogo.

Si bien la película tiene un ritmo que puede resultar pausado para algunos espectadores, la justificación de esta lentitud es fundamental para la construcción de la atmósfera. “55 Días en Pekín” no es un espectáculo de acción desenfrenado, sino un drama psicológico sobre la condición humana ante la adversidad. La película explora temas como el honor, la lealtad, la política y las consecuencias del conflicto. Lo que diferencia a esta película de otras producciones similares es su honestidad, su realismo y su falta de sentimentalismos gratuitos. El resultado es una experiencia cinematográfica memorable y profundamente conmovedora, que desafía las convenciones del género y ofrece una visión única y provocadora de un evento histórico oscuro y complejo.

Nota: 8/10