“9/11” es una película que, más que un entretenimiento cinematográfico, se presenta como un testimonio. Dirigida por Michael Radford, la obra no se centra en la grandilocuencia del evento terrorista en sí, sino en la humanidad desmitificada que se vio atrapada en la tragedia. La película se distingue por una narrativa íntima y claustrofóbica, enfocándose exclusivamente en la experiencia de cinco individuos que comparten un ascensor durante los horrores del 11 de septiembre, en la torre norte del World Trade Center. Este enfoque minimalista, aunque pueda parecer restrictivo, es precisamente lo que le otorga a la película su fuerza y su impacto emocional.
La dirección de Radford es notablemente sutil. No recurre a clichés ni a artificios visuales para intentar desesperar al espectador. La cámara se mantiene contenida, reflejando la sensación de encierro y la progresiva pérdida de control. El uso de la iluminación, especialmente en los primeros momentos, es deliberadamente sombrío, intensificando la atmósfera opresiva. Sin embargo, lo más importante es que Radford se abstiene de dramatizar innecesariamente la destrucción exterior, permitiendo que la angustia sea generada por la situación interna de los personajes. La filmación, con su calidad técnica, contribuye a que la película sea sumamente inmersiva, transportando al espectador a la percepción restringida de los personajes.
El elenco, liderado por Jeremy Davies, entregó actuaciones impecables. Davies, como el arquitecto Ben, transmite una calma y una determinación silenciosa que contrastan con el pánico que siente el resto del grupo. Las interpretaciones de los demás actores, incluyendo a John Riley, Yolanda Mason y Michael Moriarty, son igualmente convincentes, cada uno aportando una faceta diferente a la crisis. Lo que realmente resalta es la química que se establece entre ellos. La película se desarrolla a través del diálogo, que es tanto realista como revelador, con cada personaje luchando por mantener la esperanza y, sobre todo, por mantener a los demás. La película no se basa en el miedo, sino en la búsqueda de la resiliencia humana ante la adversidad.
El guion, adaptado de un relato de Paul Halter, es excepcionalmente bien construido. La trama, aparentemente sencilla, se enriquece con la exploración de las vidas, las esperanzas y los miedos de los personajes. Se evita la simplificación excesiva, mostrando las complejidades de las relaciones humanas y las consecuencias emocionales de la tragedia. La película no ofrece respuestas fáciles ni soluciones mágicas, sino que se centra en el proceso de supervivencia. El guion es respetuoso con la memoria del evento y, a la vez, eleva la narrativa más allá de la mera descripción de los hechos, abordando temas universales como la amistad, la responsabilidad y la capacidad de enfrentar el sufrimiento. La película se plantea como un microcosmos, reflejando de manera efectiva las emociones de una ciudad entera.
Nota: 8/10