A quemarropa (1967)

“A quemarropa” (Straw Dogs) de Sam Peckinpah es una película que, mucho más que un simple thriller de venganza, se erige como un estudio profundamente perturbador sobre la masculinidad, la violencia y la pérdida de la inocencia. La película, estrenada en 1971, se ha mantenido sorprendentemente relevante a lo largo de las décadas, gracias en parte a su contundente retrato de una crisis moral y a su dirección magistral por parte de Peckinpah.

Peckinpah no recurre a la estética del heroísmo. Su visión es visceral y realista, evitando glorificar la violencia. La película se distingue por su ritmo deliberado, lento e implacable. El director explota a la perfección la atmósfera claustrofóbica de la casa rural en la que se desarrolla la mayor parte de la historia. Utiliza planos largos, movimientos de cámara sutiles y una iluminación natural que contribuyen a crear una sensación de incomodidad constante. No se trata de violencia gratuita, sino de una escalada gradual, palpable y terriblemente efectiva que se instala en la mente del espectador.

El guion, adaptado de la novela de Max Frisch, es inteligente y desafiante. La trama, centrada en el regreso de un hombre a su hogar después de un golpe, está plagada de simbolismo y ambigüedad moral. La película se resiste a ofrecer respuestas fáciles y, en cambio, pone al espectador en el lugar de los personajes, obligándolo a cuestionar sus propios valores. La dinámica entre el protagonista, Frank Torrence (interpretado con una intensidad palpable por Dustin Hoffman), su esposa Sally (interpretada por Joanne Woodward) y su mejor amigo Charles (interpretado por Art Carney) es el núcleo central de la historia y se desenvuelve con un naturalismo que roza lo inquietante.

Las actuaciones son excepcionales. Dustin Hoffman ofrece una interpretación compleja y multifacética de un hombre que, tras sufrir un robo y la traición de sus seres queridos, se encuentra en una encrucijada moral. Joanne Woodward, como Sally, realiza un papel que, lejos de ser el de la esposa ingenua, presenta una fortaleza interior sorprendente y una vulnerabilidad que la convierten en un personaje extraordinariamente conmovedor. Art Carney, en un papel que podría haber sido caricaturesco, aporta una inmensa humanidad a Charles, el amigo leal que intenta, en vano, rescatar a Frank de su camino de autodestrucción. La química entre los tres actores es fundamental para el éxito de la película.

“A quemarropa” no es una película para todos los gustos, su atmósfera pesimista y su tratamiento brutal de la violencia pueden resultar incómodos. Sin embargo, es una obra maestra del cine que merece ser vista y analizada. Es una película que permanece en la memoria mucho después de que terminan los créditos, invitando a la reflexión sobre la naturaleza humana, la venganza y las consecuencias de nuestras acciones.

Nota: 8/10