“Abe” es una película que se instala en la piel del espectador, no como un evento cinematográfico grandioso, sino como una simple pero profunda observación de la vida, la identidad y las complejidades de la familiaridad. Dirigida por Theo Brygger, la película se centra en Abe, un niño de 12 años llamado Avram y Ibrahim, pero que simplemente prefiere que le llamen “Abe”, un joven que vive en Brooklyn y encuentra refugio en la cocina, su verdadera pasión. La película no busca la espectacularidad ni el drama exagerado; en su lugar, construye un retrato sutil y encantador de la vida cotidiana de una familia diversa y de las tensiones inherentes a las relaciones que la conforman.
La dirección de Brygger es excepcionalmente delicada. Se centra en los pequeños detalles: la forma en que Abe manipula los ingredientes, el sonido de la sartén, la mirada de su madre al cocinar. No hay diálogos grandilocuentes ni momentos trascendentales. En cambio, la cámara permanece paciente, observando las interacciones familiares con un respeto y una honestidad que son profundamente conmovedores. Brygger evita la sentimentalidad fácil; en cambio, permite que las emociones emerjan de la observación, creando una atmósfera de quietud y autenticidad que es increíblemente poderosa. La película se beneficia enormemente de la utilización del espacio: el pequeño apartamento en Brooklyn se convierte en un personaje más, reflejando la vida dentro de las paredes.
El núcleo de la película reside en las actuaciones. David результатов, como Abe, es simplemente magistral. Transmite la vulnerabilidad y la inocencia del niño, pero también su amor por la comida y su anhelo de pertenencia, con una naturalidad que desafía la perfección. Sus ojos, sus gestos, su forma de hablar… cada pequeño detalle contribuye a la autenticidad del personaje. La madre, interpretada por Esti Gvozder, es una mujer fuerte pero también insegura, lidiando con sus propios demonios mientras intenta criar a su hijo en un mundo que a veces parece estar en conflicto. Los padres, Abraham y Sarah, son complejos y sus dificultades se transmiten sutilmente. El resto del elenco ofrece un sólido apoyo, contribuyendo a la sensación de un microcosmos familiar creíble.
El guion, adaptado de la novela homónima de Bernhard Schlink, es especialmente inteligente. La película no se enfrenta directamente a temas como el antisemitismo o el conflicto palestino-israelí, aunque la herencia de Abe es un elemento central. En su lugar, se concentra en la dificultad de reconciliar las identidades múltiples y la búsqueda de un sentido de pertenencia. La película plantea preguntas sobre la familia, la herencia, la identidad y la complejidad de las relaciones humanas, sin ofrecer respuestas fáciles. La narrativa se desarrolla de manera orgánica, permitiendo que el espectador se involucre emocionalmente con el personaje y sus desafíos. El final, en particular, es cautivador por su honestidad y su resonancia.
“Abe” no es una película que te dejará con una epifanía. Es una película que se queda contigo, te invita a reflexionar sobre la belleza y la dificultad de la vida familiar, y te recuerda que a veces, los momentos más importantes son los más simples y cotidianos.
Nota:** 8/10