AC/DC: Let There Be Rock (1980)

“AC/DC: Let There Be Rock” no es, precisamente, un documental musical de la más alta factura en términos técnicos. No esperamos una orquesta sinfónica ni una producción visual grandilocuente. Lo que nos presenta es, en esencia, una cápsula del tiempo, una instantánea brutal del rock and roll en su forma más pura y salvaje: AC/DC en 1979. La película, grabada en el Pavillion de París, captura el espíritu indomable de la banda en pleno apogeo, un momento crucial en su trayectoria liderado por el carismático y efímero Bon Scott. Lo que destaca no es la sofisticación, sino la visceralidad del evento.

La dirección de Peter Willis es, a priori, sencilla. Se centra en capturar la energía del público y la entrega implacable de los miembros de la banda. La cámara, a menudo en primer plano, nos sumerge en el sudor, la frustración, el brillo de las guitarras y la intensa mirada de Angus Young. No hay intento de romantizar la experiencia; lo que vemos es crudo, inmediato y, francamente, agotador. Willis consigue transmitir la sensación de que estás ahí, en el centro de la tormenta. La edición, aunque minimalista, es eficaz en el montaje de las actuaciones, creando un flujo constante de rock. La clave está en la ausencia de artificios. Willis sabe que la música, y la presencia física de la banda, son suficientes para transmitir la emoción.

Las entrevistas, intercaladas con la actuación, son un elemento interesante y, a menudo, sorprendente. Aunque semi-ficticias y con diálogos que pueden resultar un tanto exagerados, sirven para ofrecer una visión parcial de la dinámica interna de la banda, sus preocupaciones y sus ambiciones en ese momento. El guion, si se le puede llamar así, no busca desentrañar verdades profundas, sino más bien crear un ambiente, un contexto para la intensidad del concierto. Las interpretaciones de los miembros de la banda son impecables, como era de esperar. Angus Young es un torbellino de energía, Brian Johnson aún no ha tomado las riendas, y el resto de la banda mantiene un nivel de profesionalidad y dominio técnico innegable. La voz de Bon Scott, desafiante y visceral, es un componente esencial de la experiencia.

Sin embargo, la película no está exenta de problemas. El formato de entrevistas, aunque añade un elemento de contexto, puede sentirse un poco forzado en algunos momentos. Además, la banda sonora, aunque excepcional, podría haber sido utilizada de forma más estratégica para enfatizar ciertos momentos de la actuación. A pesar de estas pequeñas carencias, “AC/DC: Let There Be Rock” es una joya para los amantes del rock clásico, una oportunidad única para revivir la época dorada de una de las bandas más influyentes del planeta y para comprender mejor la trayectoria de una leyenda del rock and roll.

Nota: 8/10