Adiós, idiotas (2020)

“Adiós, idiotas” es una película que se aferra a lo absurdo con una precisión casi científica. No es una comedia fácil, ni una película que busca consuelos rápidos. Jean-Luc Godard, en su última obra, nos sumerge en un universo donde el tiempo parece distorsionarse y la lógica se disuelve en la melancolía existencial. La película no se presenta como un mero entretenimiento; es una invitación a reflexionar sobre el pasado, el presente y la desesperada necesidad de conexión humana, a pesar de todo.

La dirección de Godard es, sencillamente, magistral. Su estilo se vuelve frenético y fragmentado, con cortes abruptos, montajes que desafían la lógica y una paleta de colores que oscila entre el sepia desgastado de la memoria y los vibrantes, aunque a menudo inquietantes, colores del presente. Godard juega con el formato, desorientando al espectador y obligándolo a cuestionar la narrativa tradicional. Esta ambivalencia estética es, a mi juicio, la clave del éxito de la película: no se busca complacer, sino provocar.

Las actuaciones son impecables. Jean-Pierre Léaud, como Suze Trappet, ofrece una interpretación llena de sutilezas, transmitiendo la angustia, la rabia contenida y la desesperación de una mujer que ha perdido la oportunidad de una vida plena. Pero el verdadero corazón de la película reside en la interpretación de Jacques Brel, quien interpreta al profesor Blin. Su presencia es magnética, innegablemente conmovedora y llena de un sentido del humor agridulce que contrasta con la situación desesperada. La química entre Brel y Léaud es notable, generando momentos de tensión y complicidad que son absolutamente cautivadores.

El guion, escrito en colaboración con Bernard Rimbaud, es un laberinto de diálogos poéticos, reflexiones filosóficas y situaciones cómicas que se entrelazan con una melancolía profunda. La película no ofrece respuestas fáciles; al contrario, plantea preguntas incómodas sobre la identidad, el amor perdido y la inevitabilidad del paso del tiempo. La búsqueda de Suze no es solo un viaje geográfico, sino un viaje interior, una búsqueda de sentido en un mundo que ha perdido su rumbo. La escritura, a pesar de su complejidad, resulta brillante y atemporal, dejando un eco persistente en la memoria del espectador.

“Adiós, idiotas” no es una película para todos los gustos. Es exigente, desconcertante y, en ocasiones, frustrante. Pero para aquellos que estén dispuestos a dejarse llevar por su ritmo frenético y su ambivalencia estética, es una experiencia cinematográfica inolvidable, una obra maestra que celebra la libertad creativa y la complejidad del ser humano. Godard nos recuerda, al final, que la verdadera idiotancia reside en la falta de voluntad para vivir plenamente, para amar y para perdonar.

Nota: 8.5/10