“Aeropuerto” (1970) de George A. Romero no es solo una película de suspense; es un espejo distópico que refleja la paranoia y la desconfianza social de los años setenta, y que, sorprendentemente, sigue resonando con inquietante actualidad. Romero, conocido principalmente por su cine de terror, nos ofrece aquí una pieza de thriller psicológico que, a pesar de su ritmo pausado y de su estética visual, es, en esencia, una reflexión sobre la vulnerabilidad del individuo en un sistema burocrático e impersonal. La película no se basa en sustos baratos, sino en la construcción gradual de una atmósfera de tensión palpable, donde cada encuentro, cada mirada, cada conversación suscita una sensación de inquietud.
La dirección de Romero es metódica y precisa. Observamos una meticulosa planificación de cada escena, que se presta especial atención a los detalles: la iluminación, el encuadre, el movimiento de cámara, todo contribuye a crear un ambiente claustrofóbico y opresivo, amplificado por la imponente arquitectura del aeropuerto de Chicago. Romero, sin embargo, no se limita a recrear un escenario visualmente impactante. Utiliza el espacio físico del aeropuerto como una metáfora de la sociedad moderna: un laberinto de pasillos, puertas y personas, donde la identidad individual se diluye en la masa anónima. El uso de planos largos y la cámara que, a menudo, se mueve sutilmente, permite al espectador sentirse parte del caos y la confusión que imperan en el lugar.
El elenco, encabezado por el inconfundible Burt Lancaster y el joven Gene Hackman, entrega interpretaciones sólidas y convincentes. Lancaster, como el controlador de tráfico Roy Cisco, personifica la desesperación de un hombre que lucha por mantener el control en medio del caos. Su actuación es magistral en la transmisión de la creciente frustración y el miedo. Hackman, en el papel del detective Strickland, ofrece un retrato de un hombre cínico y pragmático, consumido por la rutina y la desconfianza, pero que, al final, se ve confrontado a la posibilidad de creer en algo más allá de lo tangible. Las actuaciones secundarias, como la de Lorraine Bracco como la joven Mary Ann, son igualmente destacadas, aportando humanidad y vulnerabilidad a la trama. La química entre Lancaster y Hackman es especialmente notoria, alimentando el debate interno de Strickland y acentuando la tensión dramática.
El guion, adaptado de la obra teatral homónima de Paul Jablosky, es inteligente y reflexivo. Romero evita caer en clichés del género, optando por un desarrollo de personajes complejo y un final ambiguo. La película no ofrece respuestas fáciles, sino que plantea preguntas sobre la naturaleza de la verdad, la responsabilidad y la justificación de las acciones. El giro final, que desafía la percepción inicial del espectador, es particularmente impactante y genera un debate sobre la veracidad de los acontecimientos. La historia no es solo sobre un posible terrorismo, sino sobre la deshumanización de la sociedad, la paranoia y la facilidad con la que se puede manipular la percepción de la realidad. La crítica social, aunque no directa, está presente en cada diálogo, en cada mirada, en cada situación.
En definitiva, “Aeropuerto” es un clásico del cine de suspense que trasciende su género original. Es una película que invita a la reflexión y que, a pesar de su época, sigue siendo relevante en el siglo XXI. Es un ejemplo de cómo el cine puede ser a la vez entretenido y profundamente inquietante.
Nota: 8/10