“Al otro lado de la ley” es un thriller policial que, a primera vista, podría parecer otra reinvención del género de la comedia negra, pero se revela como una reflexión inquietante sobre la moralidad, la responsabilidad y los límites de la ley. La película, dirigida con maestría por Ilya Nauretsky, no se limita a la acción frenética y al humor irreverente, aunque estos elementos están bien presentes, sino que construye una narrativa densa y compleja donde la línea entre el bien y el mal se difumina constantemente.
La premisa, la suspensión de dos policías por un vídeo viral de sus métodos de interrogatorio, es un detonante perfecto. La historia no se centra en el “cómo” de las detenciones, sino en las consecuencias. Nauretsky se permite explorar la angustia psicológica que experimentan Gibson (Ryan Reynolds), un veterano endurecido por años en la calle, y Vaughn (John Boyega), un policía joven e idealista que se debate entre la necesidad de hacer cumplir la ley y sus propios principios. La dirección es notablemente fluida, alternando entre planos dinámicos que intensifican la acción y escenas contemplativas que permiten al espectador sumergirse en el estado mental de los personajes. La paleta de colores, a menudo apagada y sombría, contribuye a la atmósfera opresiva que envuelve la trama.
Las actuaciones son excepcionales. Reynolds, como Gibson, entrega una interpretación matizada y llena de matices. Lejos de ser simplemente un policía brutal y sin escrúpulos, vemos a un hombre atormentado por sus acciones pasadas, un hombre que ha perdido su fe en el sistema pero que, a pesar de todo, se aferra a un ideal de justicia. Boyega, por su parte, ofrece una interpretación igualmente convincente. Su Vaughn es un personaje vulnerable y conflictivo, que lucha por encontrar su lugar en un mundo donde la moralidad parece haber sido borrada por la ambición y la corrupción. La química entre ambos actores es palpable, y sus diálogos, a menudo tensos y llenos de sarcasmo, son un pilar fundamental de la película. Otros actores secundarios, como Shea Whigham, aportan toques de complejidad a la historia, añadiendo capas de interés a los personajes secundarios.
El guion, escrito por Nauretsky y Justin Halpern, es quizás el punto más fuerte de la película. La trama está repleta de giros inesperados, y la resolución es inteligente y sorprendente. No se evade las preguntas incómodas que plantea la premisa, explorando la dificultad de justificar las acciones extremas en nombre de la ley, y cuestionando la legitimidad de un sistema que, a menudo, parece estar más interesado en la imagen que en la justicia. La película no ofrece respuestas fáciles, y se deja al espectador con la tarea de reflexionar sobre las implicaciones morales de la historia. El ritmo es bastante ágil, manteniendo la tensión alta durante todo el metraje, y evitando caer en la indulgencia en la acción.
Nota: 7.5/10