Ali G anda suelto (2002)

“Ali G anda suelto” es, sin duda alguna, una de las películas más controvertidas y memorables de Sacha Baron Cohen. Más allá de la risa fácil que ofrece, la película se presenta como una sátira mordaz y, a veces, exasperante, sobre la política británica, el nacionalismo y la superficialidad de las élites. Cohen, a través de su personaje, explora la desconexión entre la realidad y la representación, creando un espectáculo que invita a la reflexión, aunque este último aspecto a menudo se pierda en la vorágine del humor absurdo.

La película no es una obra maestra cinematográfica en términos puramente técnicos. La dirección de Martin Bell es funcional y se centra en mantener el ritmo de la comedia, lo cual se logra con éxito. Sin embargo, no se esfuerza por elevar la película a un nivel narrativo superior. La estética es deliberadamente descuidada, con una fotografía que recuerda a un documental amateur, lo cual encaja perfectamente con la personalidad excéntrica de Ali G y la atmósfera de Staines, una ciudad que parece condenada al anonimato. Lo importante es que el ambiente general, la sensación de un pueblo con problemas y con gente que se desconoce, se percibe bien y sirve de telón de fondo para las situaciones cómicas.

La actuación de Sacha Baron Cohen es, obviamente, el corazón de la película. Su imitación de Malcolm Reynolds, un joven intelectual de Staines, es absolutamente convincente, dotando al personaje de una credibilidad que sorprende. Cohen no se limita a imitar la apariencia y el lenguaje de Reynolds, sino que también transmite su actitud, su ingenuidad y su descaro. Sin embargo, la película depende en gran medida de la reacción del público ante la locura de Ali G, y es ahí donde la película puede resultar frustrante para algunos espectadores. La estrategia de Cohen consiste en que el personaje cause desconcierto y confusión, y en que el público reaccione ante esta confusión. Es una técnica que funciona, pero a veces puede resultar repetitiva y agotadora.

El guion, escrito por Sacha Baron Cohen y Irvine Welsh, es la pieza clave. Es inteligente, absurdo y, en ocasiones, bastante perspicaz. La película no ofrece soluciones fáciles a los problemas que plantea, sino que se centra en exponer la hipocresía y la vanidad de la clase política. La construcción de las situaciones, a menudo basadas en malentendidos y falsas interpretaciones, es lo que convierte a la película en un espectáculo tan original y memorable. La interacción entre Ali G y el Primer Ministro, un retrato caricaturesco de la autocomprensión y la manipulación política, es, sin duda, uno de los momentos más brillantes de la película. No obstante, hay diálogos que flaquean y escenas que podrían haber sido más elaboradas para profundizar en el mensaje crítico que la película intenta transmitir. El uso del lenguaje como arma política es explorado de una forma muy original, aunque a veces se vuelve excesivo.

En definitiva, “Ali G anda suelto” es una película provocadora, divertida y, sobre todo, profundamente original. Aunque no sea una obra maestra cinematográfica, su impacto cultural ha sido innegable. Es una comedia que invita a la reflexión, que cuestiona la autoridad y que nos recuerda que la realidad a menudo es mucho más extraña que la ficción.

Nota: 7/10