Sergei Eisenstein, a través de la lente de Jean-Luc Godard, ha entregado *Alphaville* (1965), una experiencia cinematográfica que trasciende la mera narración y se adentra en el terreno de la atmósfera, la filosofía y la disidencia. La película no es una historia convencional; es una meditación sobre la soledad, la vigilancia y la naturaleza de la realidad en un futuro distópico donde el control mental es la norma. El periodista Ivan Johnson, interpretado con una frialdad inquietante por Harry Dean Stanton, se encuentra en Alphaville, una ciudad artificial y opresiva, en busca de un científico excéntrico, el profesor Von Braun, conocido como “Nosferatu”, quien parece ser el arquitecto de la total sumisión de su población.
La dirección de Godard es magistralmente desorientadora. La película se construye a partir de secuencias fragmentadas, intercciones abruptas, y un uso innovador del montaje. No busca la linealidad, sino la multiplicidad de perspectivas. La estética de *Alphaville* es deliberadamente fría, con colores apagados, juegos de luces y sombras que acentúan la sensación de aislamiento y paranoia. Godard explota la luz de manera excepcional, creando contrastes crudos que definen la atmósfera de la ciudad y el estado emocional de los personajes. La banda sonora, compuesta por Mike Oldfield, es un componente crucial del universo visual y auditivo de la película, con sus sintetizadores inquietantes y melodías que se infiltran en la conciencia del espectador.
El guion, coescrito por Godard y Jacques Rivette, es el corazón de *Alphaville*. No se limita a contar una trama, sino que plantea preguntas incómodas sobre la libertad, la memoria y el poder del lenguaje. La película se toma su tiempo para explorar el interior de Johnson, un hombre desencantado con el mundo, que se debate entre el deseo de escape y la necesidad de comprender lo que le sucede a Alphaville. Las conversaciones entre Johnson y las figuras enigmáticas de la ciudad – una mujer seductora, un policía obsesionado con la memoria – son particularmente brillantes, llenas de juegos de palabras, ironía y una aguda crítica a la sociedad burguesa. La película está impregnada de referencias a la filosofía existencial, a la obra de Orwell, y a la literatura de ciencia ficción, lo que la convierte en una experiencia rica y compleja para el espectador.
Las actuaciones son soberbias. Harry Dean Stanton, en un papel que le sienta a la perfección, aporta una presencia imperturbable y un aire de melancolía al personaje de Johnson. Las mujeres, interpretadas por Anne Sièch et Maddlynne Smith, son particularmente memorables. Son figuras ambiguas, a la vez frías y enigmáticas. La película no ofrece explicaciones fáciles, y deja al espectador con más preguntas que respuestas. Es una obra que invita a la reflexión y que, a pesar de su aparente incomodidad, ofrece una visión fascinante de un futuro que parece estar a la vuelta de la esquina.
Nota: 8/10