“Alvin y las ardillas” (1977) no es, en absoluto, un clásico atemporal del cine de animación. Si bien su impacto cultural es innegable, y su legado persiste en la nostalgia generacional, la película se revela, tras una re-visionada crítica, como una obra con una ejecución técnica y narrativa que, en última instancia, no alcanza su potencial. La película, dirigida por Charles Martin Smith, se aferra a una premisa absurda – ardillas parlantes – con una torpeza que, paradójicamente, es también una de sus mayores atracciones.
La dirección de Smith se centra en el caos visual y en la comedia slapstick. Las secuencias de coreografías musicales, especialmente las interpretadas por las ardillas, son frenéticas y, a veces, desordenadas. Sin embargo, esta exuberancia visual a menudo resta pulido a la historia. La película carece de una coherencia dramática que profundice en la relación entre Dave y las ardillas. La trama se basa en un giro convencional y predecible, donde la simple oportunidad de encontrar talentos musicales es suficiente para impulsar la narrativa. La resolución, aunque humorística, no ofrece ninguna reflexión significativa sobre la amistad, el éxito o la perseverancia.
Las actuaciones son un elemento fundamental, y en este aspecto, la película brilla. Gene Wilder, en el papel de Dave Seville, ofrece una interpretación carismática y llena de matices. Su frustración, su vulnerabilidad y su gradual aceptación de las ardillas son convincentes y generan empatía en el espectador. Jason Robards, como el jefe de la discográfica, proporciona un villano caricaturesco, pero efectivo. Sin embargo, los actores de voz de las ardillas – Chris Carr, Billy Muise y Dick Beardsley – son los verdaderos protagonistas. Capturan la personalidad única de cada personaje con un talento innegable, creando un equilibrio cómico perfecto entre la ingenuidad, la ambición y la torpeza.
El guion, escrito por René J. Fry y Stephen Binder, se centra en la comedia, y en ello tiene éxito. Pero es excesivamente simple y carente de profundidad. Los diálogos son a menudo torpes y las situaciones, aunque visualmente divertidas, son repetitivas. La película podría haber beneficiado de un desarrollo más cuidadoso de las relaciones entre los personajes y de una exploración más profunda de sus motivaciones. La historia, aunque entretenida, carece de la complejidad que permitiría a los espectadores identificarse plenamente con sus desafíos y triunfos.
No obstante, “Alvin y las ardillas” no es una película para descartar por completo. Su ritmo frenético, las coreografías musicales y las actuaciones de los personajes principales son elementos que aún hoy conservan cierto encanto. Es una comedia visualmente estimulante, que, aunque defectuosa en su ejecución narrativa, ofrece una dosis saludable de nostalgia y entretenimiento para aquellos que la descubren a través de la mirada de la memoria infantil. Su valor radica, en definitiva, en su capacidad para evocar sonrisas y recuerdos, más que en su calidad cinematográfica intrínseca.
Nota: 6/10