American Splendor (2003)

“American Splendor” no es una película para todo el mundo. Es una experiencia cinematográfica intensa, cruda y profundamente humana que, sin duda, exige al espectador. Robert Altman, en su tercera colaboración con Bruce Springsteen, no ofrece un melodrama convencional, sino una observación meticulosa y a veces desconcertante sobre la vida de Harvey Pekar, el creador del aclamado cómic de la misma temática. La película se centra en la vida cotidiana de Pekar, un hombre que encuentra consuelo en la conversación, en sus relaciones interpersonales y en el simple acto de contar historias, incluso cuando esas historias son de una prosa tan desmitificada que se asemeja a un guion de sitcom de baja definición.

La dirección de Altman, como es habitual en su filmografía, es un torbellino de estilos y atmósferas. No busca una estética uniforme, sino que abraza la disonancia y la irregularidad del propio sujeto. Las tomas son a menudo largas, deliberadamente incómodas y poco enfocadas, reflejando la perspectiva limitada y fragmentada de Pekar. Altman no intenta glorificar la vida de Harvey; más bien, lo presenta en toda su imperfección, con sus preocupaciones, sus frustraciones y sus momentos de genuina alegría. Las escenas que plasman las conversaciones en el hospital son particularmente magistrales, capturando la esencia del diálogo coloquial y el humor seco que caracterizan el estilo de Pekar.

Las actuaciones son extraordinarias. Adrien Brody, en su papel de Harvey Pekar, ofrece una interpretación notablemente sutil y convincente. No se trata de imitar a Pekar, sino de captar su voz y su forma de ser. Brody logra transmitir la melancolía subyacente a la personalidad de Pekar, ese sentimiento de incomodidad y desasosiego que lo impulsa a plasmar sus pensamientos en palabras. El reparto de apoyo, con nombres como Michael Shannon y Julia Sweeney, aportan profundidad y realismo a la película, creando una atmósfera de credibilidad palpable.

El guion, adaptado de las propias tiras cómicas de Pekar, es lo que realmente distingue a esta película. No hay grandes momentos de drama o romance. En cambio, la película se basa en la repetición de escenas cotidianas, conversaciones triviales y detalles minúsculos que, en conjunto, revelan un mundo entero. Altman consigue transmitir la magia de la narración, la necesidad humana de dar sentido al mundo a través de las palabras. La película no se centra en la trama en sí, sino en la experiencia de contar historias, de dar voz a las vidas de aquellos que a menudo son ignorados. “American Splendor” es una celebración de la mundanidad, de la belleza que se encuentra en lo ordinario.

Nota: 8/10