“Anna” de Albert Dupont, es un ejercicio de atmósfera, una meditación en movimiento sobre la soledad, la violencia y el peso del pasado. La película no busca deslumbrar con acción o efectos especiales; se deleita en el silencio, en los pequeños detalles, en el análisis psicológico de un personaje complejo que emerge de la sombra, poco a poco. Dupont, conocido por su maestría en el drama existencial, se afianza en esta narrativa minimalista, y el resultado es, a mi juicio, una de sus obras más sutiles y efectivas.
La película se centra en Anna (Marina de Van, una actriz que despliega una actuación casi muda, pero increíblemente intensa), una asesina de élite que, tras una misión fallida, se refugia en un pequeño pueblo rural de la Siberia rusa. La dirección de Dupont evoca con maestría el aislamiento, el frío y la decadencia del lugar, utilizando la paleta de colores grises y ocres que transmiten un sentimiento palpable de desolación. La fotografía de Thierry Frère es fundamental para establecer el tono de la película, creando una atmósfera opresiva y claustrofóbica, como si el propio paisaje estuviera reflejando el estado interior de Anna.
El guion, escrito por Dupont y el propio Albert Dupont, no se basa en explicaciones. Se limita a presentar situaciones y diálogos breves, dejando que el espectador deduzca las motivaciones de Anna y las razones detrás de sus acciones. La ambigüedad es clave. No se nos ofrece una justificación para su violencia, sino que se nos presenta a una mujer marcada por el trauma, atrapada en un ciclo de violencia que parece imposible de romper. La interacción entre Anna y el joven Dimitri (interpretado por un convincente Éric Roberts) aporta un soplo de esperanza, pero también añade otra capa de complejidad a la historia. Su relación, más que romántica, se convierte en un intento de redención, de encontrar un propósito en medio del caos.
La actuación de Marina de Van es, sin duda, la piedra angular de la película. Su Anna es una mujer consumida por el dolor y la culpa. No busca la aprobación, no busca la compasión, solo se esfuerza por sobrevivir. La película no ofrece soluciones fáciles ni finales felices. Anna se enfrenta a sus demonios, pero la victima es siempre ella misma. Es un personaje imperfecto, con rasgos sombríos, pero también con una humanidad latente que la hace, a pesar de todo, profundamente conmovedora. Dupont consigue, a través de una interpretación magistral, transmitir una paleta emocional compleja y matizada. El hecho de que la mayor parte de la acción se represente en silencios y miradas intensas, refuerza la sensación de desconcierto y vulnerabilidad que experimenta el espectador.
A pesar de su ritmo pausado, “Anna” es una película que permanece en la memoria. Es un retrato inquietante y reflexivo de la violencia, la soledad y la búsqueda de la redención. No es una película para todos los públicos, pero para aquellos que disfrutan del cine profundo y que buscan historias que les hagan pensar, “Anna” es una experiencia cinematográfica enriquecedora y memorable.
Nota: 7/10