“Apollo 18” es una experiencia cinematográfica que se atreve a desafiar la narrativa establecida sobre la exploración espacial estadounidense. No se trata de una película con efectos especiales deslumbrantes, sino de una apuesta audaz por el terror psicológico, un falso documental que, a pesar de sus limitaciones técnicas, logra generar una atmósfera opresiva y perturbadora que te quedará en la memoria. La película, dirigida por Shane Van Dyke, se instala en un territorio oscuro y desconocido, explorando las consecuencias morales de un secreto gubernamental de proporciones épicas. La premisa es inquietante: la misión Apollo 18 no fue una simple exploración, sino una misión encubierta, plagada de paranoia, horror y la lenta desintegración de la cordura humana.
Lo que distingue a "Apollo 18" de otros intentos de falso documental es su enfoque en la incomodidad y la desconfianza. El estilo visual, con grabaciones granuladas, luces parpadeantes, y una paleta de colores apagada, evoca la sensación de que estamos accediendo a archivos comprometidos, manipulados y ocultados a la opinión pública. La narrativa se desarrolla a través de testimonios de los astronautas, intercalados con escenas de investigación que, lejos de ofrecer explicaciones claras, solo intensifican la sensación de que se está desenterrando una verdad horripilante. La dirección, aunque puede resultar lenta en algunos momentos, es magistral en la construcción de la tensión. Van Dyke utiliza el silencio y la anticipación para crear un ambiente claustrofóbico que te obliga a seguir atento a cada detalle, a cada sonido, a cada mirada.
Las actuaciones son modestas pero efectivas. El reparto, compuesto principalmente por actores desconocidos, se esfuerza por transmitir la angustia y el terror que sufren sus personajes. Sin embargo, la película no se basa tanto en la grandilocuencia de las interpretaciones, sino en la vulnerabilidad de los individuos atrapados en un evento que desconocen y que les está consumiendo. Particularmente relevante es la representación del personaje de Aaron, interpretado por Rory Culkin, un astronauta que lentamente pierde el control y se entrega a la locura. Su actuación, llena de matices, transmite con precisión el descenso gradual a la demencia.
El guion, aunque desigual, presenta momentos brillantes. Se aleja de la acción trepidante y se enfoca en el desarrollo psicológico de los personajes. Las secuencias de horror, que son escasas, se presentan con deliberada lentitud y cruditud, priorizando el impacto emocional sobre el espectáculo visual. Sin embargo, la trama a veces se vuelve confusa y las explicaciones sobre la naturaleza de los seres que se encuentran en la Luna son inconsistentes y, en última instancia, se quedan en el terreno de la especulación. La película, en ocasiones, se entrega a ciertos clichés del género de terror, pero logra mantener la mayoría de las veces una actitud realista y sombría ante la posibilidad de que el espacio no sea tan hostil como creemos.
En definitiva, “Apollo 18” es una película que se ancla en la incertidumbre y el miedo a lo desconocido. No es un festín para los ojos, sino un testamento al potencial del cine para generar inquietud y cuestionar la veracidad de lo que nos cuentan. Es una experiencia cinematográfica que, más allá de su valor de entretenimiento, invita a reflexionar sobre los límites de la exploración humana y la posibilidad de que el cosmos guarde secretos que es mejor no desenterrar.
Nota: 7/10