Aprendiz de gigoló (2013)

“Aprendiz de gigoló” (Midnight in Paris, 2011) de Woody Allen es una película sorprendentemente melancólica y profundamente reflexiva que, a primera vista, podría parecer un simple relato de viajes en el tiempo. Sin embargo, tras la superficie de las idas y venidas a París de los años 20, se esconde una meditación sutil y conmovedora sobre la nostalgia, el arte, el amor, la pérdida y la dificultad de encontrar un sentido en la vida. La película no se centra en los efectos visuales del viaje en el tiempo, sino en la forma en que este mecanismo sirve como una ventana para explorar la vida interior de sus protagonistas, Harold Conrad (Ewan McGregor) y Gil Pender (Marion Cotillard).

Woody Allen demuestra su maestría al construir un argumento aparentemente caprichoso pero, en realidad, intencionalmente deliberado. La premisa de que Harold, un escritor estadounidense con bloqueo creativo, se transporta misteriosamente a diferentes épocas de la historia del arte y el cine, se convierte en un pretexto para examinar las aspiraciones, los arrepentimientos y las frustraciones de los personajes. Cada incursión en el pasado no solo nos ofrece un vistazo a una época dorada del arte, sino que también revela los anhelos no cumplidos de Harold, simbolizados por la figura idealizada de Sylvia Kristel (Cecilia de Castelliville), una actriz y estrella del cine de la época dorada del cine. La relación que establece con ella, aunque fugaz, se convierte en una representación de lo que Harold siempre ha deseado pero nunca ha podido alcanzar.

Las actuaciones son, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. Ewan McGregor ofrece una interpretación notable como el protagonista, transmitiendo con sutileza la desesperación y el anhelo de Harold. La química entre McGregor y Marion Cotillard, en el papel de la encantadora y enigmática Odetta Barzun, es palpable y añade una capa de complejidad a la trama. Además, las actuaciones de actores como Elliott Gould, quien interpreta al editor de Harold, o Lucien Pennisi, quien personifica al joven cineasta de los años 20, son memorables y contribuyen a la autenticidad de las diferentes épocas presentadas.

La dirección de Allen es, como siempre, impecable. La película está llena de detalles visuales que evocan la atmósfera de cada época, desde la elegancia de la Belle Époque hasta el glamour de los años 20. La banda sonora, cuidadosamente seleccionada, complementa a la perfección las imágenes y contribuye a crear una atmósfera mágica y nostálgica. Sin embargo, lo que realmente distingue a la película es su capacidad para equilibrar el elemento de fantasía con una profunda reflexión sobre la naturaleza humana. Allen no se limita a mostrar la belleza del pasado; explora también sus contradicciones, sus imperfecciones y el hecho de que el pasado, en muchos sentidos, es solo una construcción idealizada.

En definitiva, “Aprendiz de gigoló” es una película de Woody Allen que supera las expectativas. Es una obra poética, intencionalmente lenta, que invita a la reflexión sobre el arte, el amor y la búsqueda de la felicidad. Aunque su ritmo puede resultar pausado para algunos espectadores, la película recompensa la paciencia del público con una experiencia cinematográfica rica en matices y emociones. Es una de las películas más personales y conmovedoras de Allen, y una clara prueba de su talento como narrador y observador de la condición humana.

Nota: 8/10