Ardor, la justicia de los débiles (2014)

“Ardor, la justicia de los débiles” es una película que se instala en la piel, que te amarra a la tierra salvaje y te deja con un amargo sabor en la boca. Dirigida con una maestría visual y narrativa sorprendente por parte de Diego Vega, la obra no es simplemente un thriller de acción, sino una reflexión profunda sobre la violencia, la memoria y el poder corrupto. La película no necesita complejos argumentos o efectos especiales para transmitir su mensaje; la fuerza radica en la sencillez de su premisa y la intensidad con la que se ejecuta.

La historia, centrada en la vida de Mateo (García Bernal), un chamán nómada que se encuentra inesperadamente envuelto en la tragedia de la plantación de tabaco, es contada con un pulso lento y deliberado. Vega evita la aceleración constante que a menudo caracteriza el cine contemporáneo, permitiendo que el espectador se sumerja en la atmósfera opresiva de la selva y la desesperación palpable de los personajes. La dirección se destaca por su uso de la luz natural y la fotografía, que enfatiza la belleza salvaje del paisaje y la brutalidad de la acción con igual intensidad. Las escenas de combate, aunque relativamente pocas, están coreografiadas con un realismo crudo que nunca cae en la glorificación de la violencia. La violencia no es el foco, sino el resultado inevitable de una injusticia persistente.

García Bernal ofrece una actuación sublime. Su interpretación de Mateo es magistral; captura a la perfección la mezcla de vulnerabilidad, sabiduría ancestral y creciente furia. No se trata de un héroe convencional, sino de un hombre marcado por la pérdida y la soledad, quien se ve impulsado a la venganza por la muerte de un hombre que, aunque no lo conocía, representaba la esperanza de un futuro mejor. Alicia Braga, en su papel de hija silenciada y traumada, logra transmitir la inmensa carga emocional que lleva sobre sus hombros. Su mirada, llena de dolor y determinación, es una de las imágenes más poderosas de la película. Las interpretaciones secundarias también son sólidas, aportando credibilidad y complejidad a la narrativa.

El guion, escrito por Vega y Juan José Campanella, es inteligente y efectivo. Evita caer en clichés y construye un drama humano con una base sólida. La historia se desarrolla con un ritmo pausado, permitiendo que las emociones de los personajes se transmitan sin necesidad de explicaciones excesivas. La película se abre a múltiples interpretaciones, planteando preguntas sobre el papel de la memoria colectiva, la responsabilidad individual y el impacto devastador del poder sobre los más débiles. La película no ofrece respuestas fáciles, sino que invita a la reflexión sobre la naturaleza humana y el precio de la justicia, especialmente cuando esta se obtiene a costa de la venganza. La escena final, deliberadamente ambigua, es una de las más impactantes y memorables de la cinematografía argentina reciente.

Nota: 8.5/10