Arenas Blancas (1992)

“Arenas Blancas” (White Sands), la reciente película de Robert Eggers, no es un thriller convencional. Es un estudio de personajes, un análisis lento y casi claustrofóbico del deseo, la obsesión y las consecuencias de las decisiones que tomamos. Eggers, conocido por su meticulosidad en la recreación de atmósferas y su enfoque en el detalle, ha vuelto a demostrar su dominio, pero esta vez, la tensión no se genera por la persecución frenética, sino por la sutil erosión de la cordura de los protagonistas. La película se centra en Jack Moss (George Clooney), un agente de la inteligencia estadounidense reclutado para un misión en el desierto de Nuevo México durante la Segunda Guerra Mundial, y Margot Welles (Jennifer Ehle), una joven piloto que se ve envuelta en una red de mentiras, secretos y una atracción imposible. La historia no se cuenta a través de un ritmo acelerado, sino mediante conversaciones pausadas, miradas significativas y la constante sensación de que algo terrible está a punto de ocurrir.

La dirección de Eggers es, sin duda, la pieza central de la película. La fotografía de Stephen Alterio es deslumbrante, utilizando una paleta de colores desérticos, cálidos y a la vez amenazantes. El desierto de Nuevo México no es solo un telón de fondo; es un personaje en sí mismo, un lugar de soledad, de engaño y de la muerte. La película emplea un formato de plano secuencia que a veces puede resultar desconcertante, pero que, en gran medida, contribuye a la sensación de estar atrapado dentro del universo de los personajes. El uso del sonido, cuidadosamente calibrado, intensifica la atmósfera de incertidumbre y la opulencia de las ruinas que aparecen con una belleza inquietante.

Las actuaciones son excepcionales. Clooney ofrece una interpretación matizada de Jack Moss, un hombre roto, marcado por una pérdida personal y que se ve impulsado por una necesidad desesperada de encontrar sentido a su vida. Su mirada, a menudo vacía, transmite la profundidad de su dolor. Jennifer Ehle, por su parte, da vida a Margot Welles con una vulnerabilidad y una fuerza que la convierten en un personaje complejo y conmovedor. La química entre Clooney y Ehle es palpable, una tensión erótica que se despliega lentamente, alimentada por la desconfianza mutua y la comprensión tácita. Las interpretaciones secundarias, especialmente la de Édgar Ramírez como el ambiguo y manipulador “El Hombre”, añaden capas de complejidad a la trama.

El guion, aunque lento, es inteligente y provocador. Eggers evita las simplificaciones y las soluciones fáciles. La película plantea preguntas sobre la moralidad, la identidad, la verdad y la naturaleza del amor. La trama se teje con una delicadeza asombrosa, revelando pistas fragmentadas que obligan al espectador a pensar y a cuestionar las motivaciones de cada personaje. El final, deliberadamente ambiguo, no ofrece respuestas definitivas, sino que deja al público reflexionando sobre las implicaciones de las decisiones tomadas. Si bien el ritmo pausado puede no ser del gusto de todos, es una elección intencionada que permite una inmersión profunda en el mundo de la película y en las vidas de sus personajes.

Nota: 8/10