Ascensor para el cadalso (1958)

“Ascensor para el cadalso” es una película que, más allá de la premisa macabra que la originó, resulta ser una reflexión sombría y perturbadora sobre el deseo, la ambición y las consecuencias nefastas de una sociedad obsesionada con el poder y la apariencia. Julien Tavernier, conocido por su trabajo en “La Familia Bélier”, demuestra una maestría sorprendente en la dirección, creando una atmósfera densa y claustrofóbica que se aferra al espectador como la propia mentira que impulsa la trama. No se trata de un thriller convencional, sino de un drama psicológico que se construye lentamente, dejando que la tensión se acumule a través de las miradas, los silencios incómodos y la manipulación constante entre los personajes.

La película se centra en la relación entre Antoine (Melvil Poupaud), un exsoldado traumatizado por la guerra y ahora sirviendo como amante de la esposa de Simon Carala, y el propio Simon (Mathieu Schneider), un industrial despiadado y despiadado. La ambición de Antoine, mezclada con la necesidad de escapar de sus propios demonios y la promesa de una vida mejor, lo lleva a colaborar en un plan para asesinar a Simon. Sin embargo, este plan, meticulosamente orquestado, se ve trastocado por una serie de eventos imprevistos, desencadenando una espiral de violencia y paranoia que lleva a todos los involucrados al borde del abismo.

Melvil Poupaud ofrece una actuación magistral. Su Antoine es un personaje complejo y contradictorio: vulnerable, atormentado y, al mismo tiempo, capaz de una frialdad calculadora y de un cruel pragmatismo. La sutileza de su interpretación, en gran parte basada en la mirada y el lenguaje corporal, es simplemente impresionante. Mathieu Schneider, por su parte, retrata a Simon Carala como un hombre frío, distante y profundamente insatisfecho con su propia existencia. Aunque su personaje no es especialmente matizado, la presencia inquietante de Schneider logra mantener la tensión presente en todo momento. El resto del elenco, incluyendo a la esposa de Simon, interpretada por Léa Seydoux, contribuyen a la atmósfera opresiva de la película.

La dirección de Tavernier es particularmente destacable por su uso del espacio y la iluminación. Las escenas se desarrollan principalmente en interiores, lo que acentúa la sensación de encierro y de peligro inminente. La iluminación, generalmente tenue y apagada, refuerza la atmósfera de desasosiego. El guion, aunque a veces lento, es inteligente y bien construido, presentando un dilema moral constante: ¿hasta qué punto uno está dispuesto a ceder ante la ambición y la sed de poder? La película no ofrece respuestas fáciles, sino que se centra en las consecuencias de las decisiones tomadas y en la fragilidad de la moralidad humana. La trama, aunque inicialmente basada en un hecho brutal, se convierte en un estudio sobre la deshumanización y la pérdida de la inocencia. Es una película que, inevitablemente, deja una impresión duradera, invitando a la reflexión sobre la naturaleza del mal y la complejidad de las relaciones humanas.

Nota: 8/10