Asesinato en 8mm (1999)

“Asesinato en 8mm” (Assael, en su título original) no es una película para dejarse llevar por la espectacularidad. No busca ser un thriller convencional con giros argumentales desenfrenados. En cambio, la película de la directora Charlotte Gainsbourg se instala como una experiencia visceral, perturbadora y, en última instancia, inquietantemente silenciosa. Me ha dejado con una sensación persistente de incomodidad, y aunque no es una obra maestra, es sin duda un ejemplo de cómo el terror psicológico puede ser más efectivo que cualquier escena sangrienta.

La premisa, centrada en el detective privado Thomas Assael y su obsesión por coleccionar y analizar snuff-movies, es, en sí misma, perturbadora. La película no se detiene en la mera descripción de estos vídeos, sino que busca profundizar en las consecuencias emocionales y psicológicas que generan en su espectador. Gainsbourg logra esto a través de una dirección precisa, caracterizada por planos largos y contemplativos que permiten al espectador absorber la atmósfera opresiva y la sensación de estar siendo manipulado. La iluminación es fundamental: el uso de la oscuridad y los contrastes crea una sensación de claustrofobia y amenaza constante. El sonido, a menudo silenciado o interrumpido por los estáticos de las cintas, contribuye a esta atmósfera de tensión latente.

La actuación de Charlotte Gainsbourg es, sin duda, el corazón de la película. Su interpretación como Assael es magistral. No recurre a gestos exagerados ni a expresiones faciales dramáticas. Su presencia en pantalla, su mirada cansada y desconfiada, transmiten la fatiga emocional y la desilusión de un hombre atrapado en un ciclo de violencia que no entiende y, posiblemente, no quiere comprender. El resto del elenco, aunque con roles más limitados, también cumplen con creces, especialmente Vincent Macaigne como el misterioso y perturbador "El Coleccionista”. La relación entre estos dos personajes, un juego de poder y manipulación sutil, es el eje central de la narrativa.

El guion, aunque deliberadamente lento y sin grandes explosiones, es uno de los puntos fuertes de la película. Se centra en la exploración de la decadencia moral, la obsesión y la pérdida de control. No hay respuestas fáciles ni explicaciones claras. En cambio, la película deja al espectador con preguntas incómodas sobre la naturaleza de la violencia, la voyeurismo y la vulnerabilidad humana. La forma en que se teje la historia, con saltos temporales y perspectivas fragmentadas, puede resultar desconcertante al principio, pero eventualmente se revela como una estrategia inteligente para mantener la tensión y la incertidumbre. La película se alimenta de lo implícito, de lo que no se muestra explícitamente, dejando que la imaginación del espectador complete los huecos de la narrativa. Esto, a mi juicio, es una de sus mayores fortalezas.

Nota: 7/10