“Atilano, presidente” no es una comedia política en el sentido tradicional, más bien una sátira implacable y a veces perturbadora sobre el vacío moral y la desconexión social que alimenta la política actual. Sergio Ayerza, el director, se atreve a presentar una figura grotesca, Atilano Bermejo, un hombre sin escrúpulos, sin conciencia, cuya aparente ineptitud es precisamente lo que lo hace tan peligroso. No es un bufón, ni un villano carismático; es, sencillamente, una encarnación de la mediocridad y la falta de valores.
La dirección de Ayerza es magistral, creando una atmósfera opresiva y casi claustrofóbica. El filme, rodado en gran medida en interiores, acentúa la sensación de aislamiento de Atilano, un espacio donde sus decisiones, tan vacías, se toman sin consecuencias aparentes. La fotografía, con sus tonalidades grises y su iluminación sombría, refuerza esa sensación de decadencia moral y la deshumanización de la sociedad. El uso de los planos cerrados, que nos enfocan en las expresiones faciales de los personajes, es especialmente efectivo para transmitir la inexpresividad y la vacuidad de Atilano y sus cómplices.
La interpretación de Sergio Ramos es, sin duda, el corazón del filme. Ramos domina el papel con una naturalidad inquietante. Logra capturar la aparente torpeza y la amabilidad de Atilano, pero también la frialdad y la ambición oculta tras su máscara de hombre común. Su actuación evita caer en el caricature, mostrando una complejidad interna que lo convierte en un personaje memorablemente desagradable. El resto del reparto secundario, incluyendo a actores como Miguel Ángel Silvestre y Aura Garrido, contribuye a la atmósfera general, mostrando a personajes que se deleitan en la corrupción sin cuestionamientos.
El guion, coescrito por Ayerza y Martín Ferrada, se basa en una premisa provocadora: ¿qué ocurre cuando un hombre sin principios se encuentra con el poder? La película no ofrece respuestas fáciles. No hay héroes ni villanos claros. La trama avanza con un ritmo pausado, otorgando tiempo a la reflexión sobre las motivaciones de los personajes y las consecuencias de sus actos. Aunque la historia puede resultar un tanto lenta para algunos espectadores, la película recompensa la paciencia con su crítica mordaz y su visión nihilista de la política. Es un guion que, a pesar de su oscuridad, plantea preguntas fundamentales sobre la ética y la responsabilidad social. La comedia, si es que se puede llamar así, es amarga y desalentadora, como una advertencia sobre los peligros de la indiferencia y la falta de compromiso.
Nota: 7/10