“Atún y chocolate” no es un torbellino de melodrama ni una declaración de principios grandilocuente. Es, en cambio, una pequeña joya de cine social que se instala en la memoria con la sutileza de un buen plato de pescado frito. La película, dirigida con maestría por Miguel Ángel Jiménez, se centra en la aparente banalidad de la vida de tres hombres en un pequeño pueblo costero de Cádiz, pero bajo esa fachada encuentra la esencia de una existencia marcada por la precariedad, la soledad y, sobre todo, el amor incondicional.
El guion, fruto del talento de Jiménez y de su coautor, Paco Cabezón, es notablemente sutil. No se recurre a la artificiosidad ni a los clichés del género. La trama, aparentemente simple, explora con delicadeza las tensiones familiares, las dificultades económicas y la lucha por la supervivencia en un entorno hostil. Lo que realmente destaca es la manera en que se plantea la problemática de la Primera Comunión de Manolín, un catalizador que obliga a sus padres, Manuel y María, a confrontar la realidad de su situación. La película evita juzgar, presentando a los personajes como seres complejos, con sus defectos y sus virtudes. La tensión no reside en un conflicto explosivo, sino en la silenciosa e incómoda reflexión sobre el futuro. El ritmo pausado, aunque pueda resultar lento para algunos, permite que los personajes y su contexto se integren en la conciencia del espectador.
Las actuaciones son sobresalientes. Emilio Buale, como Manuel, encarna con perfección la figura del hombre trabajador y preocupado, curtido por la vida y la experiencia. Su mirada, llena de melancolía y determinación, transmite la angustia de un padre que intenta proteger a su hijo. Miguel Torrente, en el papel de El Perra, ofrece una interpretación contundente, reflejando la dureza y la amargura que ha acumulado a lo largo de los años. Y Ana Rízamo, como María, aporta una sensibilidad y una fuerza innegables. La química entre los actores es palpable, generando un ambiente de autenticidad y cercanía que facilita la conexión emocional del espectador con los personajes.
La dirección de Jiménez se caracteriza por su capacidad para capturar la esencia de un lugar, en este caso, la costa gaditana. Los planos, a menudo tomados en exteriores, transmiten la belleza salvaje y la dureza del entorno. La fotografía, realizada por David Torrente, juega un papel fundamental, utilizando la luz y la sombra para crear una atmósfera evocadora y melancólica. La banda sonora, discreta pero efectiva, complementa la imagen, intensificando las emociones y el ambiente. “Atún y chocolate” no es un gran espectáculo visual, pero su valor reside en la capacidad de hacer reflexionar sobre la vida, el amor y la búsqueda de la felicidad en circunstancias adversas.
Nota: 8/10