Azrael (2024)

“Azrael” es una película que se presenta como una puerta a un mundo oscuro y perturbador, y en gran medida, lo logra. La dirección de Marcus Thorne se distingue por una atmósfera opresiva y palpable, construida a partir de una paleta de colores apagados y de una fotografía sombría que evoca la desesperación. Thorne se olvida de la puesta en escena ostentosa, apostando por una estética minimalista que enfatiza el aislamiento y la amenaza latente. Este enfoque visual, aunque efectivo, a veces se siente un poco forzado, como si intentara comunicar demasiado con cada plano, sacrificando, en ocasiones, la fluidez narrativa. Sin embargo, la dirección es constante en la creación de tensión, utilizando silencios prolongados y la música inquietante de Benicio Rossi para aumentar la sensación de peligro inminente.

El corazón de la película reside en la interpretación de Anya Petrova como Azrael. Petrova ofrece una actuación sutil pero profundamente conmovedora. Su personaje, una joven marcada por la tragedia y el trauma, evoluciona de una cautiva asustada a una guerrera tenaz, luchando por su supervivencia y por la liberación de su pueblo. La fragilidad física de Azrael contrasta de forma impactante con su creciente determinación, lo que otorga a su arco narrativo una fuerza emocional considerable. Petrova evita la teatralidad, optando por una entrega natural y auténtica que establece una conexión inmediata con el espectador. El trabajo de los maquilladores y diseñadores de vestuario es impecable, reflejando la condición de Azrael y su linaje, sin caer en clichés visuales.

El guion, escrito por Leo Vargas, plantea una interesante premisa sobre el sacrificio, la fe y la corrupción. La narrativa se centra en la búsqueda de una joven por una mujer devota, lo que ofrece un contrapunto interesante entre la esperanza y la desesperación. No obstante, el guion presenta algunas debilidades. El ritmo es irregular, alternando momentos de tensión sostenida con largos fragmentos de diálogo que, aunque relevantes, interrumpen el flujo de la acción. Además, el antagonista, interpretado por Samuel Cortez, resulta carente de profundidad, un villano convencional que, en lugar de ser complejo, se reduce a una representación del mal absoluto. Se echa en falta un desarrollo más matizado de las motivaciones de los líderes de la secta, para que la película no se siente tan simplista. La justificación del antiguo mal, aunque presente, es confusa y se podría haber explorado con mayor detalle.

A pesar de sus defectos, “Azrael” es una película que vale la pena ver por su atmósfera inmersiva y la poderosa interpretación de Anya Petrova. La banda sonora contribuye significativamente a la experiencia visual y auditiva, creando una atmósfera de suspense y fatalidad. Es un descenso a un mundo alternativo, en parte inquietante y en parte melancólico, que, aunque no es una obra maestra, ofrece una reflexión sobre la libertad y el precio del sacrificio. El final abierto, deliberadamente ambiguo, deja al espectador cuestionándose la naturaleza del destino y el verdadero significado de la lucha de Azrael.

Nota: 7/10