Bacurau (2019)

“Bacurau” no es una película que se puede analizar de forma convencional. Es una experiencia visceral, una declaración de intenciones artística que desafía la lógica narrativa y se adentra en un territorio oscuro y perturbador. Gabriel Martins, el director, logra crear una atmósfera opresiva y simbólica que se instala en la mente del espectador y no la abandona fácilmente. La película comienza con una elegía lánguida al fallecimiento de Carmelita, la matriarca, un evento que presagia la inevitable desaparición del pueblo de Bacurau, un rincón aislado del Brasil profundo, aparentemente olvidado por el mundo exterior. Este punto de partida, aparentemente tranquilo y melancólico, se convierte rápidamente en el preludio de una violenta confrontación con un grupo anarquista que busca “limpiar” la tierra.

La dirección de Martins es magistral en la construcción del espacio. Bacurau es un lugar real, un pueblo de la región noreste del Brasil, que se convierte en un lienzo donde se proyectan las luchas sociales y políticas del país. La cinematografía, a cargo de Tatiana Mehr, juega un papel fundamental en este proceso. Los planos largos, la fotografía en blanco y negro, la utilización del color en momentos clave, todo contribuye a la creación de una estética única y sugestiva. Hay una tensión constante visual, una sensación de peligro inminente que se filtra en cada encuadre. La película no rehuye el realismo, mostrando la pobreza, la rusticidad y la vida cotidiana de los habitantes, pero al mismo tiempo utiliza estas imágenes como contraste con la violencia que se avecina.

El elenco es excepcional. Fernanda Montenegro, en su última interpretación en la gran pantalla, ofrece una actuación conmovedora como Carmelita. Su presencia es fundamental para dar peso emocional a la historia. También destacan Joao Pedro Pedretti, como o Curuçá, un joven que busca despertar a su pueblo, y Carol Duarte, como a J. Cada uno de los personajes está dotado de una profundidad y una complejidad que los convierte en mucho más que simples arquetipos. La película explora temas como la resistencia, la memoria colectiva, la lucha contra la opresión y la importancia de preservar las raíces culturales. La película no ofrece respuestas fáciles, sino que plantea preguntas incómodas sobre la naturaleza humana, el poder y la justicia.

El guion, co-escrito por Martins, Gabriel Torres y Daniel Steer, es deliberadamente ambiguo y abierto a la interpretación. La trama se desarrolla de forma no lineal, saltando entre el presente y el pasado, y presentando múltiples perspectivas sobre los hechos. Esta técnica narrativa puede resultar confusa para algunos espectadores, pero sirve para subrayar la fragilidad de la memoria y la dificultad de reconstruir la verdad. La película se aleja de la narrativa convencional, abrazando un estilo más experimental y poético. Aunque la película pueda requerir una atención plena por parte del espectador, la recompensa es una experiencia cinematográfica singular, que perdura mucho después de que los créditos finales hayan rodado.

Nota: 8.5/10