Teniente corrupto (1992)

“Teniente corrupto” (1998), dirigida por Walter Hill, es una película que no busca la espectacularidad o la indulgencia, sino que se sumerge en la oscuridad moral de un hombre consumido por la adicción y la desilusión. La película no nos ofrece un héroe de acción convencional; en cambio, nos presenta a un teniente de policía, interpretado con una intensidad asombrosa por Harvey Keitel, un hombre en ruinas, a punto de caer en la desesperación. La historia, aunque sencilla en su planteamiento, explora con crudeza el tema de la corrupción, no solo policial, sino también la corrupción de los valores propios. Keitel entrega una actuación visceral, que se basa en la sutileza y en la capacidad de transmitir la angustia interna de un hombre que ha perdido la fe en sí mismo y en el sistema en el que trabaja.

Walter Hill, a menudo asociado con el cine de acción, logra sorprendernos con una dirección deliberadamente austera. No hay explosiones ni persecuciones desenfrenadas, sino un ritmo lento, casi glacial, que permite al espectador absorber la atmósfera de desesperación y desconfianza. La película se desarrolla principalmente en ambientes opacos y nocturnos, lo que refuerza la sensación de desolación. La fotografía, en tonos grises y oscuros, contribuye a crear una atmósfera de opresión y fatalidad. Hill se centra en la introspección del personaje principal, permitiendo que el espectador comparta su desilusión y su lucha interna. Es una dirección que privilegia la tensión psicológica sobre la acción. La película, sin embargo, podría haber sido más ambiciosa en el desarrollo de ciertos personajes secundarios, que a veces parecen meros complementos al drama personal del protagonista.

El guion, adaptado de una novela de Bill Hill, es, en general, sólido, aunque presenta algunos momentos de excesiva artificialidad y diálogos un tanto forzados. La trama de la violación y la posterior investigación se plantea como un catalizador para que el teniente, Raymond “Ray” Hunt (Keitel), cuestione su propia moralidad y su relación con el poder. La película no ofrece respuestas fáciles ni juicios moralmente simples. La historia explora la complejidad de la ética, la ambigüedad del bien y el mal, y la dificultad de luchar contra un sistema corrupto. La decisión de Ray de investigar el caso de la monja es el punto de inflexión, y la película explora las consecuencias de su elección, que lo llevan a un camino sin retorno. La exploración de la adicción de Ray al juego es particularmente efectiva, mostrando el devastador impacto que tiene en su vida y en las personas que lo rodean.

Sin embargo, es importante señalar que la película, en algunos momentos, puede resultar un tanto lenta y, a veces, previsible. La resolución final, aunque satisfactoria, podría haberse desarrollado con mayor matiz. No obstante, la película logra mantener la atención del espectador gracias a la poderosa actuación de Keitel y a la atmósfera opresiva que se establece desde el principio. Es una película que invita a la reflexión sobre la corrupción, la moralidad y las consecuencias de nuestras elecciones.

Nota: 7/10