Beautiful Boy: siempre serás mi hijo (2018)

“Beautiful Boy: siempre serás mi hijo” no es solo una película sobre la adicción; es un retrato brutal, desolador y profundamente humano del impacto devastador que la drogodependencia tiene en una familia. La cinta, dirigida por Bethany S. Williams, se centra en la historia de David Sheff, un profesor de química que se enfrenta a la lucha de su hijo Nic, cuyo camino se desdibuja en la metanfetamina. La película no glorifica la droga ni minimiza la magnitud del sufrimiento; se centra en la desesperación, la impotencia y el amor incondicional, elementos que la hacen tremendamente conmovedora.

La dirección de Williams es magistral en su simplicidad. Evita los clichés típicos del género, optando por una narrativa intimista que se desarrolla a través de pequeños momentos cotidianos. La película se nutre de la atmósfera, de la tensión silenciosa que se palpa entre las paredes de la casa de los Sheff. No hay explosiones visuales ni momentos grandilocuentes. La fuerza reside en la sutileza, en las miradas, en los gestos que revelan la angustia interna de los personajes. Observamos el desgaste emocional, la pérdida de confianza y el constante temor que acompañan a la lucha de David. La fotografía es discreta pero efectiva, enfatizando la opacidad y la desilusión.

Las actuaciones son sobresalientes, pero Timothy Hutton como David Sheff es, sin duda, el corazón de la película. Hutton ofrece una interpretación intensa y creíble, transmitiendo con convicción la frustración, el dolor y la determinación de un padre que se ve arrastrado por la enfermedad de su hijo. Jacob Lofland Jr., en el papel de Nic, logra capturar la fragilidad y el desamparo de un joven que se pierde en la búsqueda de la euforia. La química entre los dos actores es palpable, creando una conexión emocional genuina que te atrapa desde el principio. Debo mencionar también el papel de Roberts Scott como el hermano de Nic, un personaje secundario que añade otra capa de complejidad a la dinámica familiar.

El guion, adaptado de la autobiografía de David Sheff, es honesto y visceral. No intenta ofrecer respuestas fáciles ni soluciones simplistas. La película aborda la naturaleza compleja de la adicción, reconociendo que no se trata de una elección consciente, sino de una enfermedad que corroe la mente y el cuerpo. Se explora con maestría la relación padre-hijo, mostrando cómo la esperanza se desvanece y se reconstruye una y otra vez. El guion también se adentra en los aspectos más oscuros de la adicción, incluyendo la deshonestidad, el engaño y la destrucción de relaciones. Sin embargo, la película nunca pierde de vista el hilo conductor de la esperanza y el amor inquebrantable. Es una película que te incomoda, te hace pensar y te deja con un sabor amargo, pero también con una profunda admiración por la resiliencia del espíritu humano.

Nota: 8.5/10