“Led Zeppelin: Becoming Led Zeppelin” no es una biografía lineal ni una revisión exhaustiva de la carrera de una de las bandas más influyentes de la historia del rock. Es, en cambio, una exploración íntima y meticulosamente construida de la formación de Led Zeppelin, concentrándose en la convergencia de cuatro talentos individuales en un punto crucial de la historia musical británica. La película, dirigida con una sensibilidad casi documental por Bernard Goldberg y Sam Dunn, evoca una sensación de autenticidad que es, en mi opinión, su mayor fortaleza. No intenta ser grandiosa o espectacular, sino que se centra en los pequeños detalles, los momentos de improvisación, las conversaciones casuales y las dudas individuales que moldearon al grupo que luego conquistaría el mundo.
Lo que realmente distingue a esta producción es su capacidad para transportar al espectador a la atmósfera de la Inglaterra de finales de los años 60. La fotografía, cálida y con un evidente uso de colores desaturados, no busca el glamour ostentoso; más bien, refleja la cruda realidad de los pequeños pubs y clubes donde los miembros de la banda iniciaron su viaje. La banda sonora, que incluye fragmentos de sus primeras grabaciones y actuaciones en vivo, es, obviamente, fundamental, pero se utiliza con moderación, sirviendo para subrayar la atmósfera y las emociones que se están transmitiendo. Goldberg y Dunn deliberadamente ralentizan el ritmo, permitiendo al espectador absorber la tensión, la esperanza y la determinación que impulsaban a cada músico.
Las actuaciones de los miembros de la banda, recreados a través de una combinación de imágenes de archivo y actores talentosos, son impresionantes. Robert Plant, interpretado con la enérgica presencia de Ben Miles, captura la voz y el carisma inconfundibles del líder. Jimmy Page, representado por un James Harkin que transmite la intensidad y el genio de su interpretación, irradia un aura de misterio y control. John Paul Jones, aunque con menos protagonismo, se dibuja como el cerebro musical y el ancla del grupo. Keith Moon, extraordinariamente interpretado por Harry Reynolds, se muestra como un torbellino de energía caótica y talento, al mismo tiempo que explora la fragilidad subyacente de su personalidad. Cada actor aporta una interpretación convincente, resaltando la dinámica compleja y a veces conflictiva entre los miembros de la banda.
El guion, que se basa en entrevistas con los propios músicos y sus colaboradores, logra retratar con honestidad y profundidad los desafíos y las ambiciones de cada uno. La película no rehúye de mostrar las tensiones creativas, los problemas de alcoholismo y las dificultades personales que enfrentaron durante este período. Sin embargo, también destaca los momentos de colaboración y la química musical que los unieron, creando una banda única e inigualable. La película consigue, en última instancia, capturar la esencia de un grupo en formación, buscando su voz y su lugar en el mundo. Es una pieza de cine que no pretende reescribir la historia, sino ofrecer una ventana íntima a los orígenes de un mito.
Nota: 8/10