“Belfast” de Kenneth Branagh no es solo una evocación nostálgica de la Irlanda del Norte en la década de 1960; es una experiencia cinematográfica visceral y profundamente humana. A través de la mirada inocente de Buddy, un niño de nueve años, Branagh nos sumerge en el corazón de una ciudad asediada por el conflicto, donde la violencia y la política se entrelazan con la vida cotidiana y la lucha por un futuro mejor. Lo que emerge de este relato es una meditación sobre la pérdida, la inocencia, y la fuerza del amor familiar en medio del caos.
La dirección de Branagh es magistralmente sutil. No recurre a la grandilocuencia o a espectaculares explosiones, sino que se centra en los pequeños detalles, en los gestos, en las expresiones de los personajes. El uso de la cámara es deliberado y poético, alternando planos abiertos que reflejan la amplitud del conflicto con momentos íntimos y personales que nos acercan a la experiencia de Buddy. Branagh, además, logra un equilibrio perfecto entre la representación de la violencia implícita en el ambiente y la preservación de la esperanza y el espíritu de la familia Murphy. La cinematografía de toda la vida de Roger Deakins es, como siempre, impecable y contribuye significativamente a la atmósfera palpable y realista de la película.
Las actuaciones son, sin duda, uno de los pilares de la película. Jude Hill, en el papel de Buddy, es absolutamente brillante. Su naturalidad y su vulnerabilidad son contagiosas, permitiendo al espectador conectarse inmediatamente con su experiencia. Jamie Dornan y Ciarán Hinds, como el padre y el abuelo, ofrecen interpretaciones conmovedoras y complejas, transmitiendo la preocupación por su hijo y la determinación de protegerlo, respectivamente. Es una dupla de actuaciones que define el corazón de la historia. Este trabajo de Dornan es, en mi opinión, un digno reconocimiento a una trayectoria que ya prometía mucho, pero que con este papel ha demostrado su potencial inmenso.
El guion, adaptado del autobiografía de Kenneth Branagh, es inteligente y evocador. La narrativa no se centra en los hechos políticos del conflicto, sino en el impacto emocional de estos eventos en una familia ordinaria. La película logra transmitir, de manera eficaz, la sensación de desplazamiento, de pérdida, pero también de resiliencia y de la búsqueda de la felicidad. El guion se presta a la reflexión, invitando al espectador a considerar el valor de la memoria y la importancia de valorar los momentos especiales con nuestros seres queridos. Branagh logra evitar la simplificación, presentando a los personajes con sus virtudes y sus defectos, creando así una representación realista y matizada del conflicto y de sus consecuencias.
“Belfast” no es un drama propagandístico ni un manifiesto político, sino una historia de familia contada con sensibilidad y maestría. Es una película que te llega al alma y que te hace reflexionar sobre la importancia de los lazos familiares, de la memoria y de la esperanza. Es, en definitiva, una obra cinematográfica conmovedora y memorable.
Nota: 8.5/10