“Belleza Prohibida” no es una épica historia de rebelión, ni una comedia ligera. Es un melodrama cuidadosamente construido, y en su ejecución, posee una elegancia discreta que resulta tanto admirable como, a veces, un poco frustrante. La película, ambientada en la Inglaterra del reinado de Carlos II, nos sumerge en un microcosmos de ambiciones, deseos y, sobre todo, en la lucha por el reconocimiento en una sociedad profundamente condicionada por las convenciones. La película se centra en Edward ‘Ned’ Kynaston, un actor excepcionalmente talentoso que, gracias a su apariencia física, ha logrado construir una carrera en un mundo donde las mujeres no podían representar papeles femeninos. La premisa, aunque ligeramente teatral, tiene un potencial dramático considerable, y la película lo aprovecha con moderación.
La dirección de Justin Kurzel se distingue por una sobriedad visual que se adapta perfectamente al tono de la historia. No hay grandes despliegues de acción ni efectos especiales llamativos. Kurzel opta por una estética barroca, con colores apagados y vestuarios opulentos que evocan la época. Sin embargo, la fotografía, a menudo enfocada en los ojos de los personajes, crea una atmósfera intimista que refleja sus preocupaciones internas. Lo más notable es la habilidad del director para transmitir las emociones complejas de los protagonistas, especialmente a través de los primeros planos. El ritmo, deliberadamente pausado, permite que el espectador se sumerja en la psicología de Ned, lo que, para algunos, puede resultar un poco lento. No obstante, la insistencia en el desarrollo de los personajes y en sus motivaciones es un punto fuerte.
Las actuaciones son, en su gran mayoría, sobresalientes. Luke Evans brilla como Ned, capturando con maestría la ambición, la vulnerabilidad y la desesperación de un hombre atrapado en un sistema que le niega su verdadero talento. Evans ofrece una interpretación llena de matices, mostrando tanto la arrogancia de un actor establecido como la angustia de un hombre que ve su mundo desmoronarse. Romola Garai, en el papel de la marquesa, aporta una presencia imponente y una complejidad que va más allá de la mera seducción. La química entre ambos actores es palpable, contribuyendo a la intensidad de las escenas románticas, aunque a veces se siente un poco artificiosa.
El guion, adaptado de la novela de Annabel Inns, presenta algunos puntos débiles. Si bien la construcción de la trama es sólida y mantiene al espectador enganchado, la resolución final resulta algo predecible y, en cierto modo, simplificada. Algunos diálogos, aunque bien escritos, podrían haber sido más sutiles. La película aborda temas como la identidad de género, la ambición y la corrupción, pero sin profundizar en las complejidades de estos conceptos, optando por un enfoque más sentimental y melodramático. A pesar de ello, el guion logra crear un retrato interesante y evocador de la sociedad del siglo XVII y de las limitaciones impuestas a las mujeres.
Nota: 7/10