Bésame, Guido (1997)

“Bésame, Guido” es una película que, a primera vista, podría parecer un relato de comedia dramática genérico sobre el glamour de Hollywood. Sin embargo, bajo la superficie, se revela como una historia sorprendentemente conmovedora y, en cierto modo, subversiva sobre la identidad, la soledad y la búsqueda de un hogar, tanto físico como emocional. La película, dirigida con una sensibilidad notable por Jake Gorham, evita caer en clichés y en su lugar, ofrece un retrato intimo y, a veces, incómodo de una época particular de Nueva York, los años 50, a través de las gafas de un protagonista, Frankie, que se encuentra a sí mismo.

La película se centra en Frankie, interpretado magistralmente por Jason Scott Lee, un hombre que se ve repentinamente desorientado tras descubrir una profunda traición. Su reacción no es un mero acto de venganza, sino un viaje de autodescubrimiento impulsado por la necesidad de escapar de un pasado que no quiere reconocer. Lee ofrece una actuación desarmante, transmitiendo tanto la frustración y el dolor de Frankie como su creciente vulnerabilidad. Su mirada, a menudo llena de una mezcla de incredulidad y anhelo, es la clave para conectar con el público, incluso en las escenas más reticentes.

La elección de Warren (Peter Barrile), el actor gay que se convierte en refugio temporal para Frankie, es un elemento central de la película. Barrile, con una elegancia natural y una mirada penetrante, crea un personaje complejo y, a pesar de la aparente brecha entre sus vidas, establece una conexión genuina con Frankie. La relación que se desarrolla entre ambos no es una simple transacción de alquiler, sino una oportunidad para ambos de cuestionar sus propias expectativas y percepciones del mundo. La dirección de Gorham se encarga de que esta dinámica se presente con honestidad y sutileza, evitando juicios morales simplistas.

El guion, co-escrito por Gorham y Richard Moore, se beneficia de un diálogo preciso y de una atmósfera palpable. La película consigue evocar la vibrante, aunque a veces turbia, vida nocturna del Village de Nueva York, con una fotografía que equilibra la luz y la sombra. No se trata de un filme con grandilocuencias o efectos especiales, sino de una pieza de cine que se basa en la psicología de sus personajes y en la construcción de un ambiente creíble. La banda sonora, con canciones originales y temas clásicos de la época, añade una capa extra de profundidad y emoción. Si bien la trama puede parecer lenta en algunos momentos, la paciencia recompensada con una reflexión sobre la naturaleza humana y la búsqueda de la identidad, mucho más allá del dinero y la fama. Se nota el esfuerzo por ofrecer una perspectiva poco común y, en ese sentido, “Bésame, Guido” resulta ser una joya inesperada.

Nota: 7/10