Big Time (1988)

“Big Time”, la última propuesta cinematográfica de Tom Waits, no es una película que se deja consumir fácilmente. Es una experiencia, un viaje particular en la que el mismísimo artista se pone en la piel de un personaje que se define por la extrañeza, la melancolía y, sobre todo, por su sorprendente e inesperada habilidad musical. La dirección de Walter Hill (conocido por sus thrillers de acción) resulta ser un punto de partida sorprendente, otorgando a la película una estética visualmente rica y a veces inquietante, que contrasta fuertemente con el contenido emocionalmente vulnerable que se desarrolla. No es una película que busque complacer al espectador convencional; se atreve a ser rara, a ser perturbadora y, en última instancia, a ser profundamente conmovedora.

La actuación de Waits es, sin duda, el corazón y el alma de “Big Time”. Él no solo interpreta al protagonista, sino que se convierte en la banda sonora, el paisaje sonoro y la voz de la película. Su entrega es magistral, transmitiendo una profunda sensación de desasosiego, soledad y una nostalgia desgarradora. Es una actuación que se alimenta de la incomodidad, de la honestidad brutal y de una vulnerabilidad que pocas veces se observa en la pantalla grande. Es importante destacar que Waits no se limita a cantar; el personaje está constantemente “tocando”, improvisando melodías melancólicas en un piano destartalado, y estas piezas musicales se entrelazan de forma inextricable con la narrativa. La banda sonora, compuesta por Waits y otros músicos, es, en sí misma, un elemento fundamental de la película, elevándola a un nivel que va más allá del género dramático.

El guion, co-escrito por Waits y otros, es deliberadamente ambiguo y fragmentado. No hay una historia lineal clara, sino una serie de escenas y momentos que se interrelacionan de manera sugerente. El guion se centra en la vida de un hombre anciano y solitario, un “big timer” (un artista de circo del pasado) que vive recluido en un pequeño apartamento y se dedica a tocar el piano para él mismo. La trama avanza a través de recuerdos, sueños y encuentros breves con personajes secundarios que, a su vez, son igualmente incomprendidos. La ausencia de explicaciones directas obliga al espectador a participar activamente en la construcción del significado de la película. La dirección, guiada por Hill, consigue que los personajes, aunque silenciosos y fuera de foco en ocasiones, transmitan una gran carga emocional y personalidad.

Si bien la película no es fácil de digerir y puede resultar desconcertante para algunos espectadores, “Big Time” es una obra maestra de la originalidad y la honestidad artística. Es una exploración introspectiva del tiempo, la memoria y la búsqueda de significado en la soledad. No busca ofrecer respuestas fáciles, sino que se limita a plantear preguntas difíciles y a generar una sensación de inquietud persistente. Es una película que se queda en la memoria, que te hace pensar y que te cuestiona tus propias ideas preconcebidas sobre el arte y la vida. Es una experiencia cinematográfica que, a pesar de su incomodidad, resulta profundamente gratificante.

Nota: 8/10