“Black Death” (Muerte Negra), la nueva película de Alex Garland, no es un espectáculo de horror puramente visceral, aunque sí ofrece imágenes perturbadoras y momentos de auténtico desconcierto. Es, en su lugar, una meditación inquietante sobre la fe, la superstición y el impacto devastador de una epidemia en un mundo al borde del colapso. Garland ha optado por un enfoque sutil y atmosférico, alejándose de los efectos especiales bombásticos que a menudo se asocian con el género zombi o post-apocalíptico, y centrándose en la experiencia humana frente a la amenaza invisible.
La película transcurre en un entorno rural inglés sumido en la oscuridad y el miedo. El director consigue crear una atmósfera opresiva desde el principio, utilizando la fotografía en tonos grises y ocres que evocan la enfermedad, el luto y la desesperación. Los paisajes, aunque hermosos, están constantemente amenazados por el pantano y el hedor omnipresente. El sonido también juega un papel crucial, con efectos sutiles pero impactantes que realzan la sensación de incomodidad. La dirección de arte es impecable, recreando la España medieval con un detalle que suma mucho al universo de la película.
Las actuaciones son sobresalientes. Timothée Chalamet, en el papel de Osmund, ofrece una interpretación particularmente convincente. Su personaje, un joven monje atormentado por sus dudas y su fe, evoluciona de una manera creíble a lo largo de la historia. La presencia de Stellan Skarsgård como Ulric, el caballero, aporta un peso inquietante a la narrativa. Su personaje, un hombre marcado por sus propios demonios, es un antagonista moralmente ambiguo que no cae en los clichés de la maldad pura. El resto del reparto ofrece un trabajo competente, aunque sus personajes no están tan desarrollados como los protagonistas.
El guion, firmado por Garland y Graham Moore, es inteligente y provocador. No ofrece respuestas fáciles ni soluciones simplistas a la crisis que se avecina. En cambio, explora las complejidades de la fe, la superstición y la naturaleza humana ante el sufrimiento. La película plantea preguntas inquietantes sobre el significado de la vida, la moralidad y el papel de la Iglesia en tiempos de crisis. Es un guion que invita a la reflexión y que, en última instancia, se queda con el espectador mucho después de que terminan los créditos. La película no se rehúye a mostrar el horror de la peste, pero lo hace de forma implícita, a través del miedo, la enfermedad y la degradación física y mental de los personajes. La película no busca justificar ni racionalizar la enfermedad, sino presentarla como una fuerza destructiva e incomprensible que desestabiliza la sociedad.
Sin embargo, podría argumentarse que la película a veces se pierde en su propia atmósfera y que algunos de los momentos más perturbadores son innecesariamente prolongados. Además, la lentitud del ritmo puede no ser del gusto de todos los espectadores. No obstante, “Black Death” es una obra cinematográfica ambiciosa y original que merece la pena ver por su capacidad para generar inquietud y su tratamiento reflexivo del horror.
Nota: 7.5/10