Black Panther: Wakanda Forever (2022)

“Black Panther: Wakanda Forever” no es una secuela que intente llenar el vacío dejado por Chadwick Boseman, ni una simple celebración de su legado, aunque ese aspecto, inevitablemente, está presente. La película se erige como una elegía conmovedora que explora el luto, el trauma y la necesidad de adaptación, elementos que, en mi opinión, la convierten en una obra de superhéroes más madura y emotiva que sus predecesoras. Ryan Coogler, director de la primera película, regresa al timón con una sensibilidad palpable, no solo en la dirección, sino en la forma en que aborda los temas centrales.

La película se centra en el duelo de Ramonda, interpretada magistralmente por Lupita Nyong’o, quien ofrece una actuación visceral y profundamente resonante. Su dolor, su rabia y su determinación para proteger a su hija, Shuri (Letitia Wright), son el núcleo emocional de la narrativa. La relación entre ambas, llena de malentendidos, frustraciones y, finalmente, un profundo amor incondicional, es el corazón de la película. Letitia Wright, por su parte, continúa mostrando su versatilidad, aportando una vulnerabilidad y una fuerza interior que equilibran a la perfección la complejidad de su personaje. Sin embargo, a veces, la complejidad emocional de Shuri puede resultar un poco abrumadora, requiriendo de la audiencia una empatía constante.

La amenaza representada por Namor y su reino submarino, Talokan, es visualmente impactante y ofrece una nueva perspectiva al mundo de los superhéroes. Michael B. Jordan, como Namor, aporta una presencia imponente y una motivación, aunque a veces, un tanto unidimensional, que justifica sus acciones. La creación de Talokan, con su estética exuberante y su cultura fascinante, es un logro en sí mismo. El diseño de producción y la banda sonora, ambas por la mano de Ludwig Göransson, son excepcionales y contribuyen significativamente a la atmósfera inmersiva de la película. La coreografía de las batallas, particularmente las que involucran a los Dora Milaje, es innovadora y visualmente deslumbrante, combinando movimientos de artes marciales africanos con elementos de acción futurista.

El guion, aunque, en ocasiones, se adentra en algunos clichés del género, consigue mantener un ritmo constante y una tensión palpable. La historia, en su esencia, es de equilibrio entre el honor de Wakanda, la necesidad de justicia y el precio del sacrificio. El desarrollo de los personajes secundarios, como M’Baku (Winston Duke), se beneficia de la narrativa, profundizando en sus motivaciones y en la evolución de su relación con el reino. Si bien algunas subtramas podrían haberse desarrollado con mayor profundidad, el enfoque principal en el duelo y la adaptación es lo que realmente eleva la película. El final, en particular, es emotivo y ofrece un cierre satisfactorio, aunque deja la puerta abierta a futuras exploraciones del universo Wakanda. Se siente como una película que ha encontrado su propia voz, una que, a pesar de las limitaciones de seguir a un icono fallecido, logra ser original y significativa.

Nota: 8/10