Blancanieves y los siete enanitos (1938)

La versión de 1937 de ‘Blancanieves y los siete enanitos’ de Disney no es simplemente una película de animación; es un hito cultural, una radiante ventana a un cuento de hadas que ha resonado en generaciones. A pesar de la vejez de la animación, su impacto visual y emocional sigue siendo innegable. Esta adaptación, que marca el inicio de la era de los estudios de Walt Disney, se erige como un ejemplo magistral de cómo transformar un relato clásico en una experiencia cinematográfica cautivadora. Lo que a menudo se considera un cuento infantil, en la práctica, es una exploración sutil pero poderosa de temas como la envidia, la belleza y la búsqueda de la redención.

La dirección de Olaf Stapleton, quien, paradójicamente, no tuvo crédito en la película, es fundamental para el éxito del filme. Su trabajo, a menudo eclipsado por la grandiosidad de la animación, se observa en la meticulosa atención al detalle, en la creación de ambientes que evocan la sensación de un cuento de hadas antiguo y en el ritmo pausado que permite a la historia respirar. La paleta de colores, dominada por tonos pastel y ricos contrastes, contribuye a la atmósfera onírica y mágica que define la película. Las escenas de fondo, en particular la cabaña de los enanitos, son un testimonio de la maestría del animador, una vergelia de color y textura que da vida al mundo del cuento.

Las actuaciones, aunque en la época eran principalmente limitadas a la expresión facial y los gestos, son sorprendentemente efectivas. El personaje de Blancanieves, interpretado con inocencia y vulnerabilidad, se siente genuinamente vulnerable. El villano, la madrastra, es memorablemente malvada, aunque su motivación, la envidia, se presenta de forma algo simplificada. Los siete enanitos, cada uno con su propia personalidad distintiva, ofrecen momentos cómicos y, a su vez, establecen una dinámica familiar entrañable. Es importante notar que la voz de Blancanieves, dada por Clara Stewart, es un elemento crucial para la resonancia emocional de la película, y su interpretación se integra perfectamente con la animación.

El guion, adaptado de Charles Perrault, no se limita a repetir los elementos básicos del cuento. Introduce matices y profundiza en las motivaciones de los personajes, especialmente en el caso de la madrastra. La trama, aunque predecible, se mantiene constante y adictiva. La idea de la manzana envenenada, que lleva a la caída en un sueño eterno, es un giro narrativo significativo y un elemento central de la película. Sin embargo, la resolución, la llegada del príncipe azul, puede parecer un poco apresurada y poco elaborada, un tropo común en las versiones de cuentos de hadas. No obstante, este elemento simplificado sirve para enfatizar la idea de que el amor verdadero es el que rescata a la princesa de la oscuridad.

Nota: 8/10