Bloody Hell (2020)

“Bloody Hell” no es una película que se olvida fácilmente. Desde el primer instante, te sume en un ambiente opresivo, un peso que se siente en el aire y se te instala en el estómago. La película, dirigen Simon Curtis y Michael MacMillan, logra crear un suspense visceral que no siempre se basa en sustos fáciles, sino en una atmósfera de desesperación palpable y una sensación de que algo terrible está a punto de suceder en cualquier momento. La dirección es, en general, bastante competente, si bien recurre a veces a ciertos clichés del género, como la iluminación sombría y la música inquietante, pero utiliza estos elementos de manera efectiva para amplificar la sensación de incomodidad. El ritmo, a veces lento, permite desarrollar la psicología del protagonista, pero también puede resultar pausado para algunos espectadores, especialmente en el primer acto. Sin embargo, esa lentitud sirve para construir una tensión creciente y para anticipar el desastre que se avecina.

La película se centra en John (interpretado por Ben Foster), un hombre atormentado por un pasado oscuro que busca refugio en un remoto pueblo costero. Foster ofrece una actuación intensa y contenida, lo que es crucial para transmitir la fragilidad y el dolor del personaje. No se trata de un héroe, sino de un hombre roto, consumido por la culpa y la paranoia. Su mirada, su lenguaje corporal, todo comunica su desesperación. La química entre Foster y la actriz que interpreta a su conciencia, personificada por una Olivia Colman (que, como siempre, entrega una actuación sublime), es el corazón de la película. Colman, a pesar del tono a veces absurdo de su papel, aporta una elegancia y un matiz de ironía que equilibra la oscuridad de la trama. La relación entre ambos personajes es una mezcla interesante de confrontación, compasión y, en última instancia, desesperación compartida.

El guion, aunque no es una obra maestra, cumple su cometido. El núcleo de la historia, la lucha interna del protagonista por confrontar su pasado, es lo suficientemente sólido para mantener el interés. No obstante, algunos diálogos se sienten un tanto forzados, y la resolución, aunque impactante, podría haber sido más elaborada. El uso de la personificación de la conciencia no es completamente original, pero se integra con solidez en la narrativa, ofreciendo un comentario sobre la naturaleza de la culpa y el peso del remordimiento. La película toca temas como la redención, la enfermedad mental y la búsqueda de la paz interior, aunque lo hace con un enfoque particular en el horror psicológico. La ambientación, tanto visual como sonora, contribuye en gran medida a la atmósfera opresiva de la película. La costa, con su bruma y sus olas, se convierte en un personaje más, reflejando el estado anímico del protagonista.

En definitiva, “Bloody Hell” es una película inquietante, que logra generar un ambiente de terror psicológico sólido y que cuenta con actuaciones destacadas, especialmente por parte de Ben Foster y Olivia Colman. No es una película para todos los gustos, y su ritmo pausado podría no ser del agrado de algunos espectadores, pero si disfrutas de las películas de terror que se basan en la atmósfera, la tensión y la exploración de la psique humana, “Bloody Hell” merece la pena ser vista. Un thriller psicológico con un componente horripilante que te perseguirá mucho después de que las luces se enciendan.

Nota: 7/10