Boys Don't Cry (1999)

“Boys Don’t Cry” no es un melodrama fácil, ni un relato de triunfo absoluto. Es, en cambio, una película profundamente incómoda, a menudo dolorosa y, a pesar de su temática controvertida, sorprendentemente sutil. Jim McKay, el director, logra plasmar la lucha interna de Brandon Teena (Peter Sarsgaard) de una manera que se siente visceral, evitando caer en la voyeurización que a menudo acompaña a las historias sobre identidades transgénero. La película no busca convertir al espectador en un activista; más bien, nos invita a la empatía, a comprender la profunda desesperación que lleva a un joven a adoptar una identidad que no es la suya.

La película se construye lentamente, centrándose en la vida precaria de Brandon en la pobreza rural de Nebraska. La dirección de McKay es magistral en la creación de atmósfero. Se hace hincapié en la belleza agreste y desolada del paisaje, que refleja la soledad y la alienación del protagonista. La paleta de colores, a menudo apagada y contrastada con toques de color vibrante en las escenas urbanas, refuerza esa sensación. La fotografía de Robert Richardson es excepcional, capturando la luz y la sombra como una herramienta para expresar la psique de Brandon. La banda sonora, minimalista pero efectiva, se integra perfectamente con la historia, sin interrumpir la experiencia del espectador.

Sarsgaard ofrece una interpretación atronadora. No se reduce a la mera representación de un personaje transgénero; en lugar de eso, explora la fragilidad emocional, la inseguridad y la vulnerabilidad de Brandon. Su actuación no es grandilocuente, sino sutil, basada en la honestidad y la quietud. La química entre Sarsgaard y Hilary Swank, quien interpreta Wayne Langdon, la mujer que se convierte en la confidente y eventualmente la novia de Brandon, es fundamental para el éxito de la película. Swank ofrece un papel complejo y a veces moralmente ambiguo, pero su interpretación es creíble y convincente. Es importante destacar que la película no romantiza la relación, sino que explora las dinámicas de poder y las consecuencias de las decisiones tomadas por ambos personajes.

El guion, adaptado de la no ficción de Randy Boyden, no se adscribe a la narrativa de “heroísmo”. La película se centra en las consecuencias de las acciones de Brandon y en el daño que causa a quienes lo rodean. La transición de Brandon, aunque presentada con sensibilidad, es retratada con realismo, mostrando la dificultad y el sufrimiento que implica. El guion evita simplismos y ofrece una visión matizada de la historia, reconociendo la complejidad de la identidad de género y las implicaciones sociales de la transición. La película no ofrece respuestas fáciles, sino que nos deja con preguntas incómodas sobre la moralidad, el prejuicio y la búsqueda de la identidad.

En definitiva, “Boys Don’t Cry” es una película poderosa y conmovedora que desafía las convenciones del género dramático. No es un espectáculo fácil de ver, pero ofrece una experiencia cinematográfica que perdura mucho después de que los créditos finales hayan rodado. Es una obra que merece ser vista y reflexionada, y que nos recuerda la importancia de la empatía y la comprensión.

Nota: 8.5/10