Brooklyn (2015)

“Brooklyn” no es simplemente una película sobre inmigración; es una elegía a la nostalgia, una exploración delicada de la identidad fragmentada y un retrato conmovedor de los lazos familiares que, a veces, nos mantienen atados a un pasado que nos define. El director John Crowley, en su debut en la dirección, demuestra una maestría notable en la construcción de atmósferas y en la creación de un ritmo que, aunque pausado, nunca pierde su enganche emocional. Crowley evita los clichés y el melodrama excesivo, optando por un enfoque visualmente rico y sonoro que enfatiza la sensación de desarraigo y la añoranza de lo perdido.

El guion, adaptado de la novela homónima de Colm Tóibín, es de una elegancia sorprendente. No se limita a narrar los acontecimientos, sino que se sumerge en la mente de Eilis, la protagonista interpretada con una sutileza exquisita por Saoirse Ronan. Ronan, en una de sus actuaciones más sólidas hasta la fecha, construye un personaje con una fuerza interior que reside en su humildad y en su capacidad de adaptación. A través de sus ojos, el espectador experimenta la confusión, la soledad y la esperanza que acompañan a un joven que se enfrenta a la responsabilidad de escoger entre dos mundos. La película se centra en los pequeños detalles: el olor del pan recién horneado en Brooklyn, la música de Irish Radio que evoca recuerdos de la infancia, el simple tacto de una mano que ofrece consuelo. Estos elementos, combinados con la fotografía de Caleb Heyman, crean una experiencia sensorial inmersiva que resulta profundamente atractiva.

La película no se queda en la historia de amor entre Eilis y Tony (Domhnall Gleeson), aunque su relación es, sin duda, un componente central. La química entre Ronan y Gleeson es palpable, pero la verdadera fuerza de la película reside en la exploración de las expectativas sociales y familiares. El deseo de Eilis de complacer a su familia, su deber hacia sus hermanos y su madre, choca inevitablemente con sus propios anhelos y deseos. El choque entre la Irlanda rural y la vibrante Nueva York, entre las tradiciones familiares y las oportunidades que ofrece el país de la libertad, es un tema universal que resuena especialmente en la época en la que se sitúa la película. La película también presta especial atención a la representación de la comunidad inmigrante irlandesa, mostrando tanto las dificultades como el apoyo mutuo que se encuentra en un nuevo entorno.

“Brooklyn” no es una película que busca provocar emociones fuertes o que ofrezca soluciones fáciles. Es, en cambio, una película que invita a la reflexión sobre la identidad, la memoria y las elecciones que moldean nuestro destino. Su belleza reside en su sencillez y en su capacidad para evocar una profunda sensación de melancolía y nostalgia. Es una película que permanecerá en la memoria, invitándonos a recordar lo que hemos dejado atrás y a apreciar los lazos que nos unen a nuestras raíces. Crowley ha demostrado que tiene talento para contar historias complejas y conmovedoras, y “Brooklyn” es, sin duda, una obra prometedora.

Nota: 8.5/10