Buddy (1997)

“Buddy” es una película que te atrapa desde el primer momento, no tanto por su espectacularidad visual, sino por la fuerza emotiva de su historia y la sutileza con la que explora la relación entre un ser extraordinario y su familia elegida. La película, dirigida por Paul Weitz, se distingue por su enfoque íntimo, relegando los efectos especiales grandilocuentes a un segundo plano en favor de la conexión humana, y la sorprendente representación de una criatura con una inteligencia y sensibilidad dignas de estudio. La película no intenta simplificar la complejidad de su protagonista, mostrando las dificultades inherentes a su integración en un mundo diseñado para otros.

La dirección de Weitz es impecable en su simplicidad. Se centra en la lente de la cámara, capturando los pequeños detalles: la mirada de Buddy, sus movimientos torpes pero llenos de curiosidad, el silencio compartido entre él y Trudy (Diane Keaton), su cuidadora y ahora madre sustituta. La banda sonora, compuesta por Paul Simon, refuerza el tono melancólico y esperanzador de la narrativa. Es una película que se disfruta más en la pantalla grande, permitiendo que la inmersión en el universo de Buddy sea completa. No es una película de acción, ni de comedia ligera, sino una reflexión pausada sobre la naturaleza del amor, la pérdida y la búsqueda de pertenencia.

La actuación de Diane Keaton es, sin duda, el corazón de la película. Ella ofrece una interpretación matizada y conmovedora de Trudy, una mujer solitaria y viuda que encuentra un propósito renovado al cuidar de Buddy. Su química con Samuel L. Jackson, quien interpreta al doctor Bob Bradley, es palpable y genera momentos de genuina ternura y humor. Jackson aporta una comicidad seca y encantadora a su papel, sin restar importancia a la seriedad del tema central. La química entre ambos actores es fundamental para el éxito de la película. La representación de Buddy, a pesar de la tecnología de captura de movimiento, es convincente. El actor que lo interpreta, Matthew McConaughey, transmite una vulnerabilidad y una inteligencia que hacen que el espectador se sienta profundamente conectado con el personaje. Su mirada es el vehículo principal para comunicar sus pensamientos y emociones.

El guion, adaptado de la novela de Christopher Isherwood, es inteligente y sutil. Evita caer en clichés sentimentales, construyendo una trama que se desarrolla de forma orgánica y natural. La historia explora la pregunta de hasta qué punto somos capaces de aceptar a alguien diferente, incluso si ese “diferente” nos ofrece una nueva perspectiva sobre la vida. La película no busca dar respuestas fáciles, sino que plantea interrogantes sobre la naturaleza de la familia y la definición de lo que significa ser humano. Hay cierta melancolía inherente a la historia, pero también una fuerte sensación de esperanza y la certeza de que el amor puede trascender las barreras biológicas y culturales. Unificando al protagonista y a su "familia" en la búsqueda de un sentido a la vida.

Nota: 8/10