Buddy (2003)

“Buddy” es, sorprendentemente, una comedia negra con toques de drama existencial que se abre paso entre el ruido de las producciones noruegas más mediáticas. La película, dirigida con una naturalidad cautivadora por Pia Tjelta, no intenta ser un espectáculo grandilocuente, sino un retrato crudo y a veces agridulce de la búsqueda de la identidad y la fama en un mundo saturado de contenido. La película no se inclina por el humor abiertamente escatológico que podría evocar el estilo “Jackass” al que se alude en el argumento, sino que el humor emerge de situaciones incómodas, de personajes marginados y de la observación inteligente de las contradicciones de la vida moderna.

La dirección de Tjelta se centra en la humanidad de sus personajes, dándoles una vulnerabilidad que trasciende los clichés de la comedia. Kristoffer, interpretado con una mezcla perfecta de torpeza y desesperación por Anders Baasmo Christiansen, es un protagonista entrañable, un tipo normal que se ve repentinamente catapultado a la fama, sin saber cómo lidiar con las consecuencias. La relación con sus amigos, Geir (Aksel Hennie) y Stig (Nicolai Cleve Broch), es el corazón de la película y las dinámicas entre ellos son, sin duda, uno de sus puntos fuertes. Las escenas que construyen juntos, tanto en la creación de los vídeos como en sus intentos de navegar por la nueva realidad, están llenas de una autenticidad que hace que la película sea particularmente atractiva.

Sin embargo, el guion no es perfecto. Aunque la premisa es intrigante, a veces se siente un poco repetitiva, especialmente en la fase inicial de ascenso a la fama. La película podría haberse beneficiado de un mayor desarrollo de la relación con Elisabeth, la ex novia, para dotar a la historia de un elemento de conflicto más profundo y emocional. No obstante, el ritmo general es ágil y la película se mantiene entretenida gracias a las actuaciones sólidas de todo el elenco. Hennie, en particular, aporta una capa de cinismo divertido a su personaje, mientras que Cleve Broch ofrece un contraste cómico y, a veces, sutilmente amargo.

La fotografía, en general, es discreta pero efectiva, capturando la atmósfera urbana de Oslo y transmitiendo el contraste entre la vida mundana de los personajes y la creciente atención mediática. La banda sonora, aunque no destaca, complementa bien la ambición y el desasosiego de la trama. “Buddy” es, en definitiva, una película que no busca revolucionar el género, pero que sí consigue ofrecer una visión fresca y honesta de una experiencia universal: el anhelo de ser visto y escuchado en un mundo cada vez más ruidoso. Es una comedia que provoca la reflexión y que, a pesar de sus defectos, deja una impresión duradera.

Nota: 7/10