“Buenos principios” es una película que, sorprendentemente, se resiste a ser un drama familiar convencional. No se trata de un conflicto explosivo, ni de reproches lacerantes, sino de una observación sutil, casi etérea, sobre la soledad, el cambio y la inesperada forma en que podemos encontrar la conexión. La película, dirigida con delicadeza por Sophie Lefevre, se centra en Henri, un escritor bloqueado y atrapado en una rutina de crisis existencial. El filme consigue establecer un tono melancólico y contemplativo desde sus primeros minutos, evocando la sensación de un otoño en París, pero sin caer en el sentimentalismo fácil.
La actuación de Jacques Nollet como Henri es, sin duda, el corazón de la película. Nollet logra transmitir con una intensidad silenciosa la desesperación y el hastío de su personaje, pero también su creciente vulnerabilidad. Su mirada, a menudo perdida en el vacío, comunica un profundo deseo de conexión que es, paradójicamente, contrarrestado por su propia incapacidad para relacionarse. La evolución del personaje, impulsada principalmente por la presencia de Buster, el perro, es particularmente convincente. No es una transformación dramática, sino una lenta desintegración de las defensas y un reconocimiento de la simple alegría de la compañía.
El guion, aunque no se apoya en giros argumentales sorprendentes, destaca por su honestidad y su enfoque en los pequeños detalles de la vida cotidiana. La relación entre Henri y su familia se presenta con un realismo que es, a veces, incómodo, pero siempre con una empatía palpable. Se exploran las frustraciones y los silencios que a menudo son la base de las relaciones familiares, sin juzgar ni idealizar. El papel de Buster no es meramente cómico, aunque el perro aporta momentos de alivio, sino que funciona como un catalizador para la introspección de Henri, obligándolo a confrontar sus propios demonios. La dinámica entre los hijos y el padre, con sus intentos fallidos de conectar, añade una capa de complejidad a la narrativa.
A nivel visual, la película es exquisita. La fotografía de Sophie Lebourg logra capturar la belleza grisácea de París, pero también la intimidad de los espacios privados. La paleta de colores es tenue y los planos largos permiten que el espectador se sumerja en el ritmo pausado de la historia. La banda sonora, discreta pero efectiva, refuerza la atmósfera melancólica y reflexiva. "Buenos principios" no es una película que te deje con una emoción desbordante, sino que te invita a reflexionar sobre la naturaleza de la felicidad, la importancia de la aceptación y la capacidad de encontrar la alegría en las cosas más simples. Es una película que te permanece en la memoria, susurrándote la importancia de desconectar para reconectar, no con alguien, sino con uno mismo.
Nota: 7.5/10