Bunraku (2010)

“Bunraku” es una película que, desde el primer momento, desafía las convenciones del género y la lógica narrativa. No se trata de un western spaghetti tradicional, aunque la influencia de este subgénero es palpable, ni de una película de samuráis estándar, pese a que los honorarios y la estética japonesa están omnipresentes. Lo que tenemos es una pieza cinematográfica original y, a menudo, desconcertante, que se adentra en un futuro alternativo donde la violencia se manifiesta a través de la habilidad, el honor y una brutalidad física que es tanto elegante como aterradora.

La dirección de Rod Haggard es, en el mejor de los casos, audaz. Haggard no rehúsa la ambigüedad visual, sumergiendo al espectador en un mundo de colores vibrantes, paisajes desérticos y una iluminación que oscila entre el brillo cálido del sol y la oscuridad amenazante de las sombras. La película juega con la perspectiva y el montaje, creando una sensación constante de desorientación que refleja la propia confusión del viajero protagonista. El uso de la cámara es deliberadamente desconcertante, a menudo enfocando detalles insignificantes que, con el tiempo, adquieren una importancia simbólica sorprendente.

La película se beneficia enormemente de las actuaciones de su reparto principal. Warren Kole, como el viajero enigmático, ofrece una presencia constante y un aire de vulnerabilidad que contrasta fuertemente con la ferocidad de sus oponentes. La interpretación de Kole es magistral, no solo en términos de carisma, sino también en su capacidad para transmitir la creciente desesperación del personaje. No obstante, el verdadero corazón de la película reside en la interpretación de Ken Watanabe como el joven samurái. Watanabe aporta una fuerza tranquila y una determinación inquebrantable a su personaje, logrando que el espectador se sienta genuinamente involucrado en su búsqueda de venganza y la restauración del honor familiar. La química entre Kole y Watanabe es notable, y sus interacciones son el núcleo emocional de la película.

El guion, coescrito por Haggard, es complejo y a veces fragmentado. Si bien la trama principal se desarrolla a un ritmo pausado, la película se nutre de referencias a múltiples géneros: el spaghetti western, la cultura japonesa, la estética de los videojuegos y, quizás lo más subversivo, las películas de samuráis clásicas. Estas referencias no son gratuitas; se utilizan para establecer el tono, explorar temas de honor, venganza y la naturaleza de la violencia. Sin embargo, la complejidad del guion también puede resultar a veces confusa, y algunos segmentos podrían haberse beneficiado de un desarrollo más profundo. A pesar de ello, la película logra mantener el interés, gracias a su atmósfera inmersiva y sus personajes convincentes.

En definitiva, “Bunraku” es una experiencia cinematográfica peculiar y memorable. No es una película para todos los públicos, ya que exige al espectador una mente abierta y una disposición a aceptar la ambigüedad y la complejidad. No obstante, para aquellos que disfrutan de películas que desafían las convenciones y ofrecen algo diferente, “Bunraku” es una joya inesperada. Es una película que permanece en la memoria, generando preguntas y debates mucho después de que los créditos hayan terminado de rodar.

Nota: 7/10