Caballo soñador (2021)

“Caballo soñador” (Foal), la película de Maree Howlett, no es un triunfo cinematográfico en el sentido tradicional. Sin embargo, posee una cualidad humana, una honestidad desarmante, que la convierte en una experiencia cinematográfica valiosa, especialmente para aquellos que buscan historias que resuenen más allá de la espectacularidad visual. La película, basada en la vida real de Jan Vokes, nos entrega una narración cautivadora sobre el poder de la fe, la perseverancia y la importancia de las conexiones humanas, aunque lo hace con un enfoque más comedido que épico.

La dirección de Howlett es funcional, priorizando la representación de la evolución emocional de Jan. No se esfuerza por adornar la historia con movimientos de cámara elaborados o secuencias de acción grandiosas. En cambio, se centra en las expresiones faciales de Toni Collette, quien ofrece una interpretación absolutamente conmovedora de Jan. Collette captura a la perfección la vulnerabilidad, la determinación y, sobre todo, la desesperación de una mujer que se aferra a un sueño casi imposible. Su interpretación no se basa en la grandeza de la actuación, sino en la sutileza, en la capacidad de transmitir años de lucha y anhelo a través de una mirada o un gesto. El resto del reparto, especialmente Sam Worthington como Tom Vokes, aporta un equilibrio a la historia y, aunque no destacan particularmente, cumplen su cometido con solidez.

El guion, adaptado de un libro, es deliberadamente modesto. Evita juicios morales sobre Jan, presentando a la protagonista como una mujer con motivaciones complejas y, a veces, cuestionables. No se trata de una heroína convencional; Jan es una persona imperfecta, a veces obstinada e incluso poco razonable. Este enfoque, aunque puede resultar controvertido para algunos, añade profundidad y realismo a la trama. La película se enfoca en la dinámica familiar, en las tensiones y los secretos que se esconden bajo la superficie de la aparente normalidad del pueblo gales. La construcción del suspense se alimenta de la incertidumbre sobre la salud de la madre de Jan y de la relación con su esposo, elementos que generan una atmósfera densa y, a veces, inquietante.

Sin embargo, la película no es exenta de defectos. A veces, el ritmo se ralentiza innecesariamente, y algunos diálogos resultan algo torpes y poco naturales. Además, la fotografía, aunque limpia y funcional, carece de la belleza estética que podría haber elevado la experiencia visual. No obstante, estos pequeños fallos se diluyen en la fuerza emocional de la historia. “Caballo soñador” no busca provocar asombro, sino despertar una reflexión sobre las elecciones que tomamos en la vida y el impacto que tienen en quienes nos rodean. Es una película que te deja con una sensación agridulce, una mezcla de admiración por la tenacidad de Jan y preocupación por las consecuencias de sus decisiones. No es un drama espectacular, sino un retrato íntimo y, en última instancia, humano.

Nota: 7/10