Cadillac Man (1990)

“Cadillac Man” (1988) no es una obra maestra cinematográfica, lo reconozco, pero tampoco un desastre absoluto. Es una comedia negra con un punto de vista ligeramente paranoico, impulsada por una premisa divertida y, a pesar de los años, sorprendentemente vigente. La película, dirigida por Glen Roland, se aferra a su premisa inicial: un vendedor de coches de Nueva York, Joe O’Brian (Nicolas Cage en una de sus primeras grandes actuaciones), atrapado en una red de engaños, lujos y celos. Lo que hace que la película, en lugar de ser una simple parodia del consumismo, sea realmente interesante es la lente a través de la que se contada la historia, centrada en el miedo a la obsolescencia y la obsesión con la imagen que, según el guion, son dos caras de la misma moneda.

La dirección de Roland consigue mantener un ritmo constante, aunque a veces, la comedia se siente un poco forzada. Sin embargo, la atmósfera general es bastante eficaz, aprovechando al máximo la estética de los ochenta con sus colores vibrantes, sus interiores lujosos y su música pegadiza. La película no se toma la propia comedia demasiado en serio, permitiendo que la situación absurda evolucione con naturalidad, a menudo hasta el punto de la hilaridad. Joe se convierte en un símbolo de la vanidad y la superficialidad, mantenido en una espiral de lujos que no tiene fundamento real. Este elemento, a mi parecer, es el corazón de la película: un espejo distorsionado que refleja la búsqueda incesante de la validación externa.

Nicolas Cage ofrece una actuación memorable como Joe O’Brian. Su interpretación es exagerada, sin duda, pero está cargada de una energía contagiosa y una vulnerabilidad que hace que la audiencia simpatice con el personaje, a pesar de sus errores. El reparto secundario también cumple, con Sharon Stone destacando como la ambiciosa y manipuladora Joy, y a un Stanley Tucci, en un papel breve pero impactante, que deja una huella de sorpresa. La química entre Cage y Stone es notable, intensificando las escenas de tensión y comedia romántica.

No obstante, el guion, escrito por Jonathan Kaplan, a veces se queda corto en la elaboración de personajes secundarios y en la profundización de algunos temas. Hay momentos en los que la trama se siente un poco predecible, y la resolución, aunque satisfactoria, podría haber sido más elaborada. Además, la película, aunque divertida, carece de un mensaje más profundo que vaya más allá de la crítica al consumismo y la vanidad. Se basa en lo superficial. Aun así, la comedia no deja de ser una distracción agradable y, en su conjunto, es un ejemplo interesante de la comedia negra de los ochenta.

Nota: 6.5/10