“Candyman” no es solo una secuela; es una conversación honesta y perturbadora con el legado de la película original de 1992. Nia DaCosta, directora aclamada por “The Little Mermaid”, se ha atrevido a retomar un mito urbano, no para replicarlo, sino para reinterpretarlo con una sensibilidad visceral y una complejidad narrativa que muchos fans, y quizás algunos espectadores, no esperaban. El resultado es una película que se instala bajo la piel y no la abandona fácilmente.
La premisa, una relectura moderna de la leyenda urbana, es sorprendentemente efectiva. El traslado de la desesperación de Cabrini Green al presente, un Chicago que ha borrado sus recuerdos más oscuros, funciona como una metáfora poderosa sobre el olvido, la gentrificación y la persistencia del trauma. La película explora no solo el miedo a lo desconocido, sino también la vulnerabilidad de una comunidad desplazada y la dificultad de escapar del pasado, incluso cuando se intenta reescribirlo. La historia de Anthony McCoy, un artista visual atormentado por la muerte de su novia, se entrelaza con la leyenda del Candyman de una forma inteligente y poco convencional.
Las actuaciones son, en general, excepcionales. Yahya Abdul-Mateen ofrece una interpretación magnífica como Anthony, transmitiendo la desesperación, la duda y el horror gradual a medida que se adentra en el misterio. Su evolución emocional es el corazón de la película. Teyonah Parris, como Brianna, aporta una fuerza y una vulnerabilidad convincentes, llevando la investigación con una determinación admirable. Sin embargo, el verdadero fulcro del drama reside en la interpretación de Angela Bassett como Helen King, la anciana bibliotecaria que encarna el conocimiento y la memoria del Candyman. La Bassett entrega una actuación llena de matices, equilibrando la sabiduría con una palpable tristeza y un presagio de horror.
En cuanto al guion, “Candyman” es audaz y reflexivo. DaCosta evita los clichés del horror genérico, centrándose más en la construcción del suspense psicológico y la exploración de temas sociales. El uso de la memoria, tanto individual como colectiva, es clave. La película no se dedica a mostrar el horror de forma explícita, sino que lo construye de forma sutil, utilizando la atmósfera, la música y la imaginación del espectador. La narrativa se beneficia de la incorporación de elementos del "found footage", proyectando entrevistas y grabaciones que aportan una capa extra de realismo y autenticidad a la historia, haciéndonos sentir como si realmente estuviéramos investigando junto al protagonista.
Si bien la película tiene algunos momentos un poco lentos y una resolución que podría haberse beneficiado de un mayor desarrollo, la fuerza de la dirección, las actuaciones y la reflexión social la convierten en una experiencia cinematográfica perturbadora y memorable. “Candyman” es un horror que no solo asusta, sino que nos obliga a confrontar las sombras de nuestro propio pasado y las consecuencias de los olvidos.
Nota:** 8/10