Candyman 2 (1995)

“Candyman 2” se presenta como un retorno inquietante al universo de la leyenda urbana que definió la primera entrega. La película, dirigida por leyendas del horror como Jim Braker y los imaginarios Bernard Dimej y R.J. Flanagan, no busca reescribir la historia, sino profundizar en la psicología de la venganza y el ciclo de violencia que la define. El film se aleja ligeramente del folklore urbano puro, centrándose en la investigación de la Dra. Annie Tarrant (Kelly Rowan), una socióloga que intenta desentrañar el asesinato de su padre, un hombre involucrado en el misterio de Candyman. La película, sin embargo, se sitúa firmemente en Nueva Orleans, una ciudad con una historia rica en luto y tradiciones oscuras, y es en este escenario donde la atmósfera particular de terror se vuelve más palpable.

La dirección de Braker es deliberadamente lenta y contemplativa. Esto, a veces, funciona a favor de la tensión, creando momentos de angustia silenciosa que te pegan como un puñetazo. Pero también es donde la película comienza a ralentizarse demasiado, perdiendo la cadencia que hacía tan efectiva la primera entrega. La banda sonora, que incorpora elementos de blues y gospel, es excelente y refuerza la sensación de melancolía y presagio, pero su uso es a veces ostentoso, ahogando el susurro sutil del horror. La película se beneficia de las imponentes imágenes de Nueva Orleans, utilizando la arquitectura, los callejones sombríos y las multitudes anónimas para intensificar la sensación de aislamiento y vulnerabilidad del protagonista.

Kelly Rowan ofrece una actuación reservada pero convincente como Annie. Su personaje es un reflejo del propio trauma, luchando por encontrar la verdad y al mismo tiempo, confrontando su propio pasado. Los actores secundarios, especialmente el que interpreta al detective, consiguen transmitir la incredulidad y el miedo de una comunidad que ha sido atormentada por la leyenda de Candyman durante generaciones. Sin embargo, la película podría haber contado más de la historia de la comunidad, explorando más profundamente las raíces del miedo y la superstición que rodean a la figura del espectro.

El guion, a pesar de sus buenos momentos, sufre de un ritmo irregular. La película intenta abordar temas complejos como el legado familiar, la injusticia social y la naturaleza del horror, pero a menudo se pierde en digresiones y explicaciones que no siempre encajan con la atmósfera general. Las escenas de acción, aunque bien ejecutadas técnicamente, se sienten un poco desconectadas de la trama principal. El intento de reintroducir elementos de folklore más explícitos, incluyendo rituales y la posibilidad de invocar a Candyman a través de la voz, resulta algo forzado y pierde su conexión con el mito original. Es una película que se queda a medio camino entre el terror psicológico y el slasher, sin encontrar un equilibrio convincente. El horror reside más en la idea que presenta, que es sustanciosa, pero la ejecución de algunos elementos puede resultar desincronizada.

Nota: 6/10