Candyman: El dominio de la mente (1992)

“Candyman: El Dominio de la Mente” no es una secuela que excita el fervor de los fans de la original de 1992. No busca reinventar la ruleta rusa de la leyenda urbana, sino que, paradójicamente, la vuelve a someter a un análisis psicológico y social que, a mi juicio, resulta mucho más profundo y perturbador. Jordan Peele, alejándose de sus incursiones en el terror más explícito, demuestra su talento como director y guionista, centrando la narrativa en la fragilidad mental y las consecuencias del trauma intergeneracional. La película no se basa en sustos fáciles, sino en la construcción lenta y metódica de una atmósfera opresiva y claustrofóbica, aprovechando al máximo el entorno urbano decadente de Chicago.

La dirección de Peele es impecable, utilizando la cámara de manera inteligente para generar tensión. Las escenas en el Cabrini Row, con sus paredes desconchadas, sombras alargadas y la omnipresente sensación de ser observado, son particularmente efectivas. El uso del color también juega un papel importante, con tonos fríos y apagados que reflejan el estado emocional de los personajes, especialmente de Helen (Virginia Madsen), la protagonista. Madsen ofrece una actuación cautivadora, transmitiendo la creciente paranoia y desesperación de su personaje con una sutileza y complejidad que la elevan por encima del cliché de la víctima pasiva. A su lado, Colman Domingo brilla como el profesor de historia, aportando credibilidad y una visión humana a la leyenda de Candyman. El resto del elenco secundario cumple su cometido con solidez, pero es la dinámica entre Helen y el profesor lo que sostiene la narrativa.

Sin embargo, la película no es perfecta. El guion, aunque bien construido, a veces se siente un poco lento y repetitivo. La exploración del trauma, por cierto, está abordada con sensibilidad y complejidad, pero puede resultar un poco densa para algunos espectadores. La relación entre Helen y Candyman, aunque central en la trama, a veces se siente un tanto confusa, con un desarrollo de la “conexión” entre ambos que no siempre se explica con claridad. Aun así, la película logra transmitir la idea central: el pasado, incluso cuando se considera olvidado, puede perseguirnos y moldear nuestro futuro. La película también juega con la noción de “narrativa” y cómo la repetición y la perpetuación de historias, incluso las más violentas, pueden influir en la realidad. El espectador es invitado a cuestionar la verdad detrás de la leyenda y a considerar el impacto que tiene en la comunidad.

En definitiva, "Candyman: El Dominio de la Mente" es una película inquietante y reflexiva que, aunque no llega a ser tan impactante como la original, sí logra mantener la esencia de la leyenda urbana y la transforma en una meditación sobre el poder de las historias y el peso del pasado. Es una exploración sutil y provocadora, que invita a la reflexión y que permanece en la mente mucho después de que los créditos finales se hayan desplegado.

Nota: 7/10