“Cannonball” no es simplemente una película de carreras; es una celebración del espíritu de la carretera americana y de la libertad, aunque lo que se percibe como libertad en la pantalla se componga de audacia y, por desgracia, también de cierta imprudencia. La película, dirigida por Justin Chon, se erige como un viaje visualmente impactante, un frenesí de colores y movimiento que inmersiona al espectador en la vida salvaje de Coy “Cannonball” Buckman, interpretado magistralmente por Nicholas Hoult. Hoult logra, con una modesta pero efectiva actuación, la esencia del personaje: un tipo brillante, impulsivo y profundamente solitario, que busca la adrenalina y la conexión en el camino.
El guion, aunque algo simple en su premisa, ofrece una exploración interesante de las motivaciones de Buckman. No se trata de una narrativa compleja, sino más bien de una serie de momentos que revelan su pasado turbulento, su aversión a la autoridad y su búsqueda de algo tangible en un mundo que le parece vacío. Chon evita caer en clichés del género, optando por un tono más realista y a veces incluso melancólico. La película no glorifica la ilegalidad ni romantiza la vida de corredor, sino que presenta las consecuencias de sus acciones, mostrando el desgaste físico y emocional de los participantes.
La dirección de Justin Chon es lo que realmente eleva a "Cannonball". La planificación de cada secuencia de conducción es simplemente asombrosa. Las tomas son dinámicas, agresivas y, sobre todo, inmersivas. Se siente como si el espectador estuviera a bordo del Pontiac rojo, sintiendo el rugido del motor y la velocidad del vehículo. Las localizaciones, que abarcan desde el desierto americano hasta la bulliciosa ciudad de Detroit, contribuyen a la atmósfera frenética de la película. La banda sonora, cuidadosamente seleccionada, acentúa la sensación de urgencia y la soledad de los personajes.
No obstante, la película no está exenta de fallos. La construcción de los personajes secundarios, con excepciones notables, resulta algo superficial. Sus motivaciones son a menudo vagas, lo que debilita el impacto emocional de sus interacciones con Buckman. Además, el ritmo, en ocasiones, se siente algo irregular, alternando momentos de alta intensidad con escenas más lentas que, aunque necesarias para el desarrollo del personaje principal, pueden resultar pausadas para algunos espectadores. La película, al final, es un espectáculo visual, pero carece quizás de la profundidad emocional necesaria para convertírsela en una experiencia verdaderamente inolvidable.
Nota: 7/10