Cantando bajo la lluvia (1952)

“Cantando bajo la lluvia” (Singin’ in the Rain, 1952) no es simplemente una comedia musical; es un hito cinematográfico que captura la transición tumultuosa y fascinante del cine mudo al sonoro, y lo hace con una vitalidad y un disfrute contagioso. La película, lejos de ser una simple nostalgia, es una celebración del cine como forma de arte y del espíritu humano que lo impulsa. La dirección de Stanley Donen y Gene Kelly es magistral, una danza de ritmo y energía que se siente en cada toma. Donen, especialmente, domina la creación de escenas musicales espectaculares, utilizando el movimiento y el tiempo de manera innovadora para el momento.

El guion, adaptado de la comedia de teatro "The Gay Divorcee", es inteligente y con un toque de humor sutil pero efectivo. La trama, aunque sencilla, sirve como marco para explorar las tensiones entre la tradición y la modernidad, la autenticidad y la falsedad, y la ambición personal y el deseo de conexión. La idea de que el éxito puede ser un truco si no se acompaña de una verdadera alegría y conexión humana es central y se refleja en el desarrollo de la relación entre Don Lockwood y Kathy Selden. No es una historia de amor romántica tradicional, sino más bien una búsqueda de un propósito compartido, un lugar donde ambos puedan prosperar.

Gene Kelly no solo protagoniza la película, la vertebra. Su actuación como Don Lockwood es icónica, una mezcla de arrogancia inicial, vulnerabilidad y, finalmente, una genuina alegría. La coreografía de las escenas musicales, coreografiada también por Kelly, es absolutamente deslumbrante. Es evidente el esfuerzo y la pasión que Kelly puso en cada movimiento, cada gesto, cada número. Sin embargo, es imposible ignorar la brillantez de Debbie Reynolds como Kathy Selden. Su energía juvenil, su encanto natural y su capacidad de cometer errores, haciéndola inmensamente relatable, la convierten en el contrapunto perfecto a la rigidez inicial de Don. La química entre Reynolds y Kelly es palpable, generando momentos de humor y ternura que acentúan la emoción de la película. La interpretación de Lina Lamont, llevada a cabo por Jean Hagen, es la que, en cierto modo, más se beneficia de la transición al sonido, ofreciendo una actuación más audaz y dramática que su contraparte muda.

La película, en su totalidad, se beneficia enormemente de la llegada del sonido, lo que la hace sentirse fresca y moderna, incluso en la actualidad. El uso del sonido no se limita a la simple incorporación de diálogos hablados; se integra de manera orgánica en las canciones y los números musicales, realzando la experiencia visual y auditiva. La transición del cine mudo al sonoro, de la imagen a la voz, no es solo un elemento técnico, sino un eje central de la narrativa, explorado con maestría y un gran sentido del humor. La película no idealiza la transición, mostrando también los desafíos, las dificultades y la incertidumbre que implica el cambio.

Nota: 9.5/10