Caras y lugares (2017)

“Caras y lugares” es, ante todo, una experiencia visualmente impactante, un ejercicio de colaboración sorprendentemente coherente entre dos figuras artísticas de enorme prestigio: la veterana Agnès Varda y el prodigio de la intervención urbana, JR. La película no pretende narrar una historia convencional; se trata, más bien, de una meditación sobre la memoria, la pérdida y el poder de las imágenes para conectar con el pasado y despertar la empatía. Varda, con su mirada agudísima y su habitual sensatez, se convierte en la guía de este viaje, utilizando el trabajo de JR como lente para explorar la fragilidad de la memoria colectiva y la huella que dejamos en el mundo.

Varda, en sus últimos años de carrera, busca un nuevo lenguaje para la cine, uno que escape a las narrativas lineales y se centre en la experiencia sensorial. La película se construye a partir de fragmentos de imágenes – fotografías, vídeos, entrevistas – que recogen las intervenciones de JR en ciudades como París, Nueva York, Etiopía o Argentina. Estas intervenciones, que consisten en la reproducción de rostros de personas comunes en paredes y tejados, no son simplemente trucos visuales; son evocaciones de vidas, de historias silenciadas, de recuerdos perdidos. Varda no juzga ni analiza estas intervenciones; simplemente las muestra, permitiendo que el espectador decida si las considera hermosas o perturbadoras, significativas o banales.

El trabajo de Varda en la dirección es magistral, especialmente considerando su edad. Logra un equilibrio delicado entre la contemplación y la reflexión. Las entrevistas a JR, aunque breves, son cruciales para entender el concepto detrás de sus obras, su motivación para crear estas “caras y lugares”. Varda también se vale de sus propios recuerdos, intercalando fragmentos de su vida personal con las imágenes de JR, construyendo así un diálogo entre la memoria individual y la memoria colectiva. La banda sonora, compuesta por Pieter-Christophe Claessens, es igualmente efectiva, acentuando la atmósfera melancólica y nostálgica de la película. Los actores, en su mayoría, son secundarios y sus contribuciones, aunque discretas, se integran perfectamente en el flujo general del documental.

Sin embargo, la película no está exenta de ciertas debilidades. A veces, la estructura fragmentada puede resultar confusa y la falta de un hilo conductor claro puede hacer que la experiencia se sienta un poco dispersa. Además, si bien las intervenciones de JR son visualmente impactantes, la película podría haber profundizado más en su significado social y político, explorando las consecuencias de sus proyectos en las comunidades donde se llevan a cabo. No obstante, lo que destaca es la sensibilidad de Varda y la elegancia con la que logra capturar la belleza y la tristeza inherentes a la condición humana. Es una película que invita a la reflexión, a la empatía y a la admiración por el arte como herramienta de conexión y de memoria.

Nota: 7/10